"Todos saben que el Rock logró la perfección en el ‘74, es un hecho científico."
Homero Simpson.
Correré la cortina que separa lo real de lo imaginario una vez más.
Sucede a veces —o al menos me ocurre a mí— que frases aparentemente inconexas cobran significado al combinarse. Y no cualquier significado, sino uno bien íntimo y característico.
Hablo por ejemplo de explicar a otra persona las sensaciones que pueden experimentarse al salir de madrugada a trotar por las gruesas arenas de Playa Unión, en dirección Norte. De explicar que a las cinco de la mañana el Sol ya asomó y que no hay otro ser humano en kilómetros, lo cual permite correr mientras sólo se oyen las olas, el viento, las gaviotas, la propia respiración y el ruido de los pasos contra el suelo.
La escena puede imaginarse vívidamente, la sensación contradictoria de serena euforia que me produce, no. Máxime si a la escena le agregamos que no es imposible encontrarse con algún pingüino extraviado o un joven lobo marino que te observan extrañados, haciéndote notar que sos un extraño, un intruso —en la Patagonia el hombre bien puede sentirse así: hay más animales que hombres. En Chubut hay más pingüinos que personas—.
Nótese además la cantidad de sonidos que hacen falta para lograr tal metasilencio, en oposición al ruido de la ciudad.
Por supuesto aún si esta escena asombra, la experiencia de ser un intruso es intransferible, incomunicable y bien propia...
Ciertamente las sensaciones y las emociones son propias, personales y creo que distintas —si bien similares— para cada ser humano. Un amigo sostiene que todas las cosas que pueblan el Universo son la misma cosa que "vibra" —no recuerdo bien los términos exactos que él usó, y utilizo una analogía— a frecuencias distintas.
Varios años pasaron desde que él me dijera eso por vez primera, hasta que una de mis —tantas ya— des-parejas me regaló por mi cumpleaños un disco compacto de Deep Purple. No diré que lo mejor que me pasó con aquella dama en particular fue recibir ese regalo pues no es exactamente así, pero a los efectos de este texto es como si lo fuera, pues me permitió descubrir algo que ni por un momento quisiera ignorar: la exacta porción de verdad en la impresión de mi amigo.
No sé yo, francamente, si exista un alma, una esencia o algo más allá de la "realidad" física, pero sí sé lo que experimenté al escuchar una canción de ese disco, a partir del segundo minuto con catorce segundos: la expectativa de una pronta revelación...
Y no fui defraudado: Veinticinco segundos después entré en resonancia.
Las notas que escuchaba, tristes, melancólicas, épicas, eran yo.
Todo lo que soy, fui y seré está resumido en un pentagrama.
Es irónico que me compusieran en 1974, tres años antes de "nacer". Desde entonces -desde antes, es verdad, pero es inevitable no poder observar el Universo desde otro centro que no sea uno mismo- una tormenta se está gestando en nuestro mundo. Desde que descubrí la combinación de sonidos -de ondulaciones-, que determinan mi ser soy consciente de ello: la siento en el aire, la escucho vibrar en él, lato acompasadamente con él—con ella—.
Nos mira —los mira— como a extraños.
Quizás no sea el cuerpo lo importante a fin de cuentas.
Soy un intruso en el mundo.
Soy una canción...
Soy el traetormentas.
La Plata, 15 de Abril del 2005. |