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Nicolás tiene cuatro años y es un niño de esos que, luego de compartir una hora con ellos, les miras el cuello y éste te llama a estrangularlo, es inquieto, altanero, impulsivo, peleador, manipulador hasta decir basta y podría seguir enumerando cosillas hasta acabar la página, pero no es la ocasión.

En fechas cercanas a Navidad, Nicolás “el terrible” se convierte en un niño ejemplo. Sus ojos verdes y cítricos se tornan casi de agua, su cabello rubio espiga se torna de oro y le da un reflejo que casi le forma una aureola de angelito, claro que si se la intentas ver mientras muerde la oreja de un amiguito, se pierde el efecto óptico. Pero estos deslices son poco frecuentes en diciembre... No, señor, en diciembre Nicolás es todo un santo.

Sucede que este mes el Nico espera, por supuesto, la visita de su entrañable amigo, y tocayo a veces, San Nicolás. Pero este pequeño no se anda con formalidades, él lo llama “El viejo”, lo de “Viejito Pascuero” lo deja para los pendejos mamones.

Tengo mis sospechas acerca de la inteligencia de Nicolás, si no es un niño superdotado, tiene un instinto de supervivencia que lo eleva por sobre mis otros alumnos. Lo he sorprendido con un marcador de pizarra azul en la mano, cuando dos o tres niñas lloran en el patio (coreando algo así como eeeel nicolaáas) todas con la cara pintada, curiosamente, por un marcador justamente del mismo tono del que Nicolás tiene, lo increpo con pruebas irrefutables acerca de su culpabilidad en el asunto y me devuelve algo como: “El lápiz me dijo que las llayara” o peor aún “ella se llayaba la cara y yo se lo quité para llayarme también, pero a mí no me marcó nada”. Cosas así me hacen preguntarme si acaso él es la señal que Dios me envía para hacerme notar que ando con cara de tarada por la vida y lo corrija.

Así, este pequeño me ha invitado a vivir a todo color uno de los papelones más grandes de mi vida, el año pasado, en la obra de teatro navideña, le asigné unas líneas para que se las dijera al Viejo Pascuero, me aferraba a su convicción de que éste, el pascuero, si existe, de todos modos era una frase sencilla: “Viejito, yo no quiero nada para mí, sólo paz y amor para todos”. No visualicé que el maldito aprovecharía la ocasión de hablarle en vivo y en directo para arrojarle un improvisado “Viejo, yo soy un niñito pobre, no tengo mamá ni papá, tráeme una bicicleta y una moto”. Luego de bajar del escenario lo reproché por mentirle al pascuero y me abofeteó con su respuesta susurrada al oído de: “Shhht... Cállate, tía, si no me conoce”

Por lo mismo, este año, obvié lo de la obra de teatro y trataba de organizar algo nuevo mientras los niños hacían sus dibujos de Navidad, Nicolás, en su infinita bondad, le cooperaba a sus compañeritos agregando rayas, manchas y lágrimas (del propio autor) a los dibujos de cada uno. Intentaba concentrarme a pesar del quilombo que había en la sala, pero cuando me sorprendí haciendo planes para eliminarlo sin dejar rastros, decidí regañarlo y dejarlo vivir. “Nicolás, tráeme el teléfono que hiciste con la cajita de leche”, demoró un poco pero al fin me lo trajo, todo esto ante la mirada de los demás niños, infinitamente curiosos acerca de qué mierda iba yo a hacer esta vez con Nicolás y con el teléfono, claro.

La imaginación del Nico siempre fue algo a mi favor. Entonces, comencé a discar los botones de ropa pegados a la caja y le dije que llamaría al Viejito Pascuero y le contaría lo de los dibujos... Nicolás se impacientó un poco, lo cual me resultaba vergonzosamente placentero, pero ya estaba en esto y tuve que dar curso a la llamada “Aló, ¿viejito?, Sí, soy la tía Carla, te llamo para decirte que Nicolás ha rayado todos los dibujos de sus amiguitos. ¿Qué no le vas a traer nada? Ahhhh... que pena, tráele al menos algo pequeñito”.

Los demás chicos me miraban aterrados, algunos hasta pararon de llorar, por la impresión y por la posibilidad del rediscado, pero Nicolás parecía no inmutarse. Noté que algo andaba mal y quise cerciorarme: “¿Oíste, Nicolás, lo que dijo para ti?” “Sí, te escuché” luego de responderme, retomó el juego de rayar dibujo ajeno, “Nicolás eres un niño malo”, le reproché, “ Y tú, tía Carla, eres una mentirosa, tú no llamaste al viejo”. Me paralicé en el acto, sentí un sudor frío, Nicolás podía lanzarme un “El viejo no existe” y desarmarme a todos los demás... le dije: “¿Cómo que no?, Si lo llamé con tu teléfono”, “Sí sé”, me dijo y continuó con: “pero yo le quité la antena y sin antena no funciona”. Sentí un mareo, crisis vocacional, náuseas y los nervios hechos un sólo nudo, todo mientras el Nico, con lindo meneo de cola y movimientos de cabeza, me mostraba, victorioso, y en su manito derecha, un palito de helado”

Texto agregado el 11-05-2005, y leído por 465 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
21-07-2005 ES REALMENTE EXQUISITO, ENCANTADOR COMO DICE LA MAESTRA MAGDA. Gracias a tí por este texto y a las parvularias que no le cortan las alas (que cursi) a los ñiños. Con historias así podrías hacer algo como lo que hacía Isabel Allende (ufff. hace muchos años) con "Civilice a su troglodita". mis estrellas por si sirven.- NEWEN
02-06-2005 Te diré algo. Eres un excelente narradora, y muy dulce además. negroviejo
14-05-2005 Es un cuento muy simpático y bien contado. Los niños muchas veces son impredecibles. Un saludo de SOL-O-LUNA
11-05-2005 encantador, encantador, jajaja. Me gustó muchísimo. Desde el principio al final. Magda gmmagdalena
 
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