El amor tejido en un imperio de arterias bajo el umbral de las siluetas, besando las cumbres inhabitadas de mis pechos, paralelas a tu semblante. Y el reino de las horas extendido en mí como una calle solitaria a la espera del encuentro, rozando el universo de tu cuerpo que aguarda en impacientes decisiones. Nada oscurece la certeza de la piel, ese obstinado encanto de miradas arrulladas en un mar de sensaciones; perpendicular a ti, la vida secunda esa estela de tu brisa en un espejismo de momentos. Vivo tus instantes, las fuentes que manan de esos labios, el calor de las palabras inscriptas en los aires, como un acertijo bajo el laberinto de las bocas. Mientras, mi alma cruza ilimitadamente para encontrarte, cóncava de amor, reina de lamentos, encrucijada de los Dioses, para tallar el perfil de tu mirada que linda el universo, bajo la agudeza de tus manos, como dos ecuaciones abriendo los espectros, temiendo lo supremo que tiembla entre las sienes o el conjuro de la piel en un enjambre de pesares. La noche se apodera de mis venas, del infierno tendido entre las lunas como un fuego que arrebata los instantes en el abismo de tu boca, embriagada y furiosa, que me alberga toda.

Ana Cecilia.