Si supiera que su sombra contiene en su negrura lo que ella tanto empeña en ostentar. Si al menos advirtiera que su oscuro y nebuloso reflejo encarna el resumen de ella misma; del apocalipsis de su cuerpo impertinente. Sumiso desarraigo físico de lo que jamás será.
¿Hacia dónde marcharán sus pies custodios?, aquellos que con cada paso parecen solazarse en amarrarla hasta la muerte. Hasta a la ausencia. Es lo mismo.
No puedo no observarla. Pretender no haberla visto; cuando sé que en su mutismo encierra el grito que nací para escuchar.

La persistencia de su dueña en humillarla; con el bretel desvanecido hacia su lado; y ese paso quebrado, como de palmípedo incauto, que pareciera aferrarla más aun a su distante, pero perpetua compañía; al efímero paso de unos pies que casi siempre conducen hacia ningún lado. Hacia la sombra de las sombras. Al abismo.
Me prosterno entonces ante ella; humillada y sucumbida ante el intento mismo de permanecer sin permanencia. Ante el coito irresoluto que día a día promulgan sus pies al compartirse. Ante el advenimiento de lo que llegó, y se esfumó al instante.
Ante la tristeza de existir y coexistir irremisiblemente a la par de las esfinges que sostienen su finita, pero insoslayable materialidad.
Espíritu del tiempo sin compás e inasequible. Cofradía inevitable. Sombra.