Ayer cerca del mediodía, me morí, y no estoy inventando una metáfora. Literalmente dejé de existir, así de simple.
Sin que nadie lo esperara mi corazón dejó de funcionar, y casi sin darme cuenta, me fui sumiendo en la oscuridad, en el silencio, como un barco naufragado que rápidamente se desliza hacia los negros abismos del mar. Ya había cumplido los cincuenta años, pero era un hombre de esos que se mantienen bien física y mentalmente. Una verdadera pena.
Hoy me entierran y pese al gran dolor que siento, me estoy probando la ropa que me voy a poner para asistir a la ceremonia. Creo que la más apropiada será la pollera negra larga que mamá me compró el mes pasado, con la blusa blanca bordada y el chalequito de lana gris. También me pondré las sandalias negras de taco mediano que uso para ir a bailar.
Me apena sobremanera la angustia de mi mujer. También, quedarse sola a esta altura de la vida justo cuando los hijos nos empezamos a ir. Pero se sobrepondrá, el tiempo lo cura todo. En realidad esta pollera larga no me gusta mucho, me hace parecer de más edad, pero con la minifalda estaría un poco desubicada y seguro que mi hermano Manuel me diría algo. El piensa como su padre, es decir como yo. A Sebas no le importaría, está desolado pero se hace el hombrecito y lo oculta, pobre. Tanto que me hace rabiar el microbio, sobretodo cuando me dice que estoy gorda, pero hoy siento que lo adoro.
Además si hasta ayer yo era el primero en decir, vos estás loca, como vas a salir así a la calle, no está bien que hoy asista justamente con la minifalda más corta a mi propio entierro.
Nunca me gustaron los velorios, pero presenciar el mío fue terrible, verme tieso como un muñeco de cera en ese horrible ataúd, y a mi mujer llorando en la cocina del local abrazada conmigo sintiendo como sus lágrimas me corrían todo el maquillaje.
A Manuel y Sebas tan tristes, a mis amigos de siempre, cariacontecidos y preocupados, tomando conciencia de que a ellos tampoco les falta mucho. Toda esa gente indiferente, los amigos de Manuel, mis compañeras del colegio y todo ese ambiente denso cargado con el olor de las flores y el tabaco, me parecieron un espectáculo deprimente e insoportable.
Además, el dolor de pensar que me he ido para siempre, que no me veré nunca más, que he perdido a mi querido papá, es una idea que no termino de aceptar. En lo que estuve genial fue en contratar aquél seguro de vida. Con esa plata mi mujer podrá llevar una vida tranquila, Manuel, Sebas y yo podremos seguir estudiando, veraneando, yendo al club y todas esas cosas.
El tiempo cura las heridas, pronto la vida volverá a ser normal, mis amigas me dicen que ir a bailar no significa que no quisiera a mi papá. Así que el mes que viene iré a la fiesta de Claudia, aunque seguramente el fastidioso de Manuel me dirá algo. Pero también a él se le va a pasar, y más adelante, hasta mamá a lo mejor se consigue un novio, aunque esta es una idea que me provoca cierto malestar
Ha transcurrido una semana desde que enterramos a papá.
Siempre, a pesar de las discusiones y peleas, nos parecimos bastante, pero en estos días me sentí como nunca identificada con él. Hasta me parecía que me hablaba. Repentinamente, con su muerte, comencé a comprender muchos de sus puntos de vista y el porqué de su manera de actuar. Me he vuelto más comprensiva con mamá, compinche con Manuel, protectora con Sebas.
Además, como a él, se me ha dado por escribir cuentos, y lo que es realmente increíble, anoche me quedé dos horas ante el televisor mirando, muy interesada, un partido de fútbol.
|