De todos mis síndromes hay uno que lo he ido gestando desde que tengo memoria. Se ha desarrollado y gestado cuan cáncer benigno en mis entrañas, y se ha extendido irremediablemente en todo mi cuerpo, y aunque es algo que molesta a muchos, ya no puedo hacer nada para quitármelo. Este cáncer que sufro es el que no me deja dormir muchas noches, el que provoca estados de ansiedad que no calman las drogas, el que satura mi mente de bazofia, pesadillas y sueños quebrados. Es, en suma, el que me hace escupir de vez en cuando personajes imaginarios. Tal vez sea ese el origen de mi atracción por los cómics (aunque ahora los tenga medio olvidados) y los cuentos. Mi fascinación por Borges y Poe.
Personajes que tienen su vida, sus circunstancias, sus anhelos, sus pesadillas, sus fracasos, su historia, sus motivaciones, su pensamiento, sus quimeras... Crearlos es crearlo todo. Es crear un mundo a su vez. Un cuento es siempre uno o varios personajes, todo lo que sucede en él, forma parte del personaje. En la escuela, ese sitio donde adormecen nuestros cerebros y castran la creatividad, nos enseñan que las narraciones tienen un argumento, dividido por introducción, nudo y desenlace, unos personajes, protagonista, antagonista… y un narrador. Nos enseñan a separar las cosas pero no a relacionarlas. En el cuento, el narrador, el argumento y los personajes son la misma cosa. La primera barrera que la imaginación debe quebrantar es precisamente la más dura, la que prácticamente nadie rompe. Consiste en rellenar las lagunas y deshacer los nudos que nos pusieron de pequeños. La imaginación auténtica es por naturaleza transgresora. Pues para quebrar esta barrera no busca certezas, inventa fantasmas. Y los fantasmas están representados por los personajes, con sus historias, sus argumentos y sus narraciones.
Ninguna persona que jamás haya violado a su propia realidad. Quien no ha profanado jamás las sagradas escrituras de su mente. Quien no haya en algún momento ajado la pureza de su razón, jamás será capaz de leer un cuento. No porque no lo entienda. Un cuento no se “entiende”. Simplemente porque no sabrá leerlo. Un cuento no puede ser leído como quien lee un acontecimiento, o un artículo periodístico. Un cuento es entrar dentro del mundo del personaje, de todo lo que le rodea, de lo que piensa. Es traspasar las barreras de la realidad, la falsa realidad, para adentrarse en ese universo de lagunas pantanosas.
Desdeño de las vanas descripciones. Describir es destruir la capacidad imaginativa y traicionar a la creatividad. Uno puede leer un cuento de dos páginas sin que contenga ni una sola descripción y poder imaginarse perfectamente al personaje, entender los más oscuros deseos de su mente, comprender su contexto, conocer su vida. Para una sociedad automatizada, que le ha sido circunscrita su realidad y se le ha castrado la imaginación, las descripciones son tan necesarias como el oxígeno, porque sin ellas se queda ciega. Hay que dar el paso. Hay que volverse ciego.
Tal vez por esto a veces mi cáncer me duele. Desde la más extrema soledad mis espasmos y pinchazos no pueden ser calmados por drogas, por lo menos no por mucho tiempo, necesito escupirlos. Liberarme. Transgredir mi realidad, volverme ciego, y sentirme a gusto con mi soledad, alejado de los falsos oradores y de los ostentadores creadores de belleza.
No pido que nadie coma de mi mierda. No pido nada porque nada espero de este mundo. Seguiré creando mis fantasmas, mis personajes. A veces me planteo si en el fondo, yo, no soy más que un personaje creado por mis fantasmas.
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