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ELEGÍA PARA DOS

Ella tosca, ancha, caminando con un balanceo que hacía adivinar los intrincados vericuetos de sus pensamientos, apresuraba el paso para llegar desesperadamente a saludar a la única persona que le había tenido compasión y le había demostrado afecto en toda su vida. Despreciada, incluso temida, ella se debatía entre la locura y la razón…

Había anudado medias a su garganta y salido corriendo por el monte, para arrancar de lo que, en algún atisbo de su mente, adivinaba como un atropello a su dignidad… Fue abusada y vilipendiada… proscrita de su propio hogar. De alguna forma sobrevivió a la miseria, sufriendo cada vez que asomaba en su actitud la lucha que sostenía consigo misma para que sus ojos y sus manos no delataran el cruel designio de su vida. Engañó y sobrevivió… a pesar de las cientos de veces que tuvo que empezar de nuevo, que tuvo que abandonar nichos de esperanza, que tuvo que soportar en ambas mejillas las duras caricias de los gentiles. Pero antes, mucho antes, había sido igual que todas… En el fondo de sus pupilas hay todavía un dejo de su niñez y de su adolescencia bruscamente marchita que recuerda a las conciencias la fragilidad de la mente de un alma profundamente herida…

Él la seguía de cerca. La encontró a medio camino de su propia aflicción. Carpintero de oficio olvidaba herramientas, medidas; detalles precisos de armar y desarmar... Maderos y clavos se burlaban de él gozándose de su incapacidad para aserrar y clavar… Así estaba, desorientado, cuando en un entretecho aparecieron los primeros monstruos que urgieron su destino; con miedo y furia tomó en sus manos un martillo y los golpeó uno a uno sin que nadie comprendiera el favor que hacía a la humanidad. Dejó las herramientas y caminó por siglos…
La encontró llorando y tuvo de pronto la necesidad de calmar ese espíritu. Pasó sus anchos dedos por su frente, acarició sus cabellos, besó sus labios… y emprendieron juntos el camino hacia la única razón que moviliza sus mentes cruelmente veladas…

Cuando en la reja asomó la dueña de esas manos que un día contuvieron sus lágrimas y su desesperación, la sonrisa de ella se hizo ancha y generosa. Ambos sonreían, mientras sus cuerpos se movían al compás de una letanía incomprensible para los demás… Cuando ella se despedía; él, abstraído, inclinado, en un gesto de infinita ternura anudaba los cordones a sus zapatos… luego tendió sus manos hacia ella y emprendieron de nuevo su tortuoso camino hacia la libertad…

Texto agregado el 10-05-2005, y leído por 244 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
07-06-2005 Hey... ¡la verdad que me sorprendiste! Si, si, me gusto tu relato ¿sabes? Tenés una pluma- o unos dedos ¿no?- más que interesantes, y logras darle vuelo a tu narrativa. Voy a leer un par de cositas tuyas, para armarme un panorama un poco mejor, más amplio... por lo demás, he jugado alguna vez con los cordones de una niña y es algo terriblemente peligroso (y no lo digo del todo por la improbable posibilidad de que los dedos de uno se entrelacen con la punta de los cordones... pero ya me pongo a divagar... perdón), tenés dos personajes que medio que flotan ¿no? Y ese camino a la libertad... si... si... hay algunas pavaditas por ahí, pero son solo eso, pavaditas que se irán solas. Un saludo desde acá. Abin_sur
17-05-2005 Todo el mundo debería tener el derecho inalienable a ser tocado, el mundo no puede concebirse en un feroz aislamiento con fronteras en los cuerpos y ataduras en las almas, bien por tí, es muy bello --vincho--
10-05-2005 como no me gusta que me lean y no me dejen comentarios, te digo que me parece muy bueno, felicitaciones por el texto, el encuentro de dos solitarios, o dos desichados, o dos necesitados? lo que sea, muy bueno JuanT
 
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