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— Yo le pondría de Título algo así como... “Un...

Comenzó a hablar sin más que una simple pluma de gallinazo en la mano izquierda. La tenía bajo el brazo y luego la dirigió hacia su boca, como pensando. Luego, como si hubiera encontrado la solución a todos sus problemas, dijo:

— ¡Sí! Le pondré “Una vez escribí...” — dejó su mirada plantada en el aire mientras en su mente, moviendo la pluma por el aire, dibujaba las letras con sutileza. — Con tres puntitos y todo... Sí, así está bien.
— No sé de que hablas, no entiendo nada todavía. — le respondió una voz.
— ¿Cómo dices? ¿Cómo que no entiendes nada? ¡Bah! No te creo...
— Pues sí, es verdad, no entiendo nada... todavía.
— Bueno, bueno, aunque sea debes saber que estas haciendo ¿verdad?
— Claro, estoy leyendo un cuento.
— Hasta ahí vamos bien, no necesitas saber nada más.
— Bueno... pero.... ¿eso significa que no siga leyendo?
— ¡Claro que no!, lo que digo es que no necesito explicarte todo ahora... ya se irá deshilachando la historia ¿te parece?
— Bueno.
— ¿Me sigues entonces?
— ¿A dónde?
— ¡Con el cuento!, mientras yo lo escribo, tú me lees... ¿esta bien?
— En realidad, no tengo nada más que hacer. Además, es obligación de la clase de Literatura. No tengo otra opción.
— Perfecto. Vamos por aquí...

De un brinco apareció dentro de un gran maizal. Pero no era un maizal como cualquiera. Era de noche y habían muchas estrellas. No hacía frío ni calor. No había viento, pero el aire no estaba estancado. Todo parecía demasiado exacto, como una pintura, una fotografía.

Sin más avisos empezó a tener frío. Todo giraba en su interior, las moléculas unas con otras se chocaban , las células se amontonaban, temblaban. Todo era de un intenso rozado, que no llegaba a ser morado, pero que estaba mucho más cerca del negro que este último. Tenía las orejas rojas, repletas de ese líquido que tanto bailaba por todo su cuerpo. El cerebro estaba casi a punto de caérsele hacia un lado cuando la misma voz de antes le dijo:

— ¡Hey Tú!, ¿no me habías dicho que íbamos los dos? Yo no aparezco por ningún lado.
— Ay, ay, ay... ¡Tu misión es leer, no aparecer! Tu solo tienes que sentarte en aquel sillón verde de seda y esperar a que en la historia pase algo. — le respondió.
— Bueno. — Dijo refunfuñando. Y, echándole una mirada somnolienta al texto, lo atravesó
— Sonriendo, saltando... —

— Bailando y siempre escuchando... siempre escuchando, así se movía entre las nubes pintadas nuestro personaje, dejándose pintar por un viejo barbudo y dentón que cojeaba de una pierna y le faltaba una oreja. Pero. poco a poco, las estrellas comenzaron a caer. Se estrellaban una a una contra el suelo, dejando todos los maizales quemados y, algunos otros, aún en llamas. El pintor había desaparecido y la obra se hacía pedazos. Nuestro personaje no entendía muy bien el porqué de su situación.

— ¿Por qué no huyes? ¿Nunca se te ha ocurrido huir? — dijo la voz, mientras se sacaba un moco seco de la nariz.
— Pues te explico, lo que dice el narrador es lo que dice el narrador. ¡Y tú no te metes! ¡Yo no puedo cambiar las cosas! ¡No debo!Mejor tú solo limitate a escuchar...
— A leer — añade la voz
— Pues da lo mismo. ¡Escuchar, leer, excavar, comer, dormir, todos son verbos! En la historia todos estos dan lo mismo, son lo mismo una simple categoría de la palabra.
— ¿Verbos? Pero, ¿para nada?
— Para nada...

En ese momento, todo se detuvo. El fuego, el viento, las estrellas, todo paró repentinamente. Y empezaron los cambios. Nuestro personaje comenzó a correr y correr... y, como yo soy el narrador, no creo hacerlo descansar jamás. Siguió corriendo y ahí, dentro de aquel verbo se quedó para la eternidad.
En cambio, nuestro segundo personaje, la voz de la que tanto hablábamos se aburrió de seguir leyendo un libro en donde el personaje principal se pasaba toda la historia corriendo; así que dejó de leer. Pronto se dedicó a escribir y, aunque nunca fue muy exitoso, logró publicar algunas novelas.
En cuanto a mí, estuve muy feliz de haber logrado el ejercicio que me propuse, y nunca pensé en cómo los personajes que por mí habían sido creados reaccionarían ante mi actitud despreciativa e “inexplicante”. Los dejé pues y seguí con mi vida, me puse a escribir otro tipo de cosas y nunca volví a revisar el ejercicio que tanto me costó. Pero poco a poco tuve remordimientos, sueños, recuerdos, no podía olvidar a los personajes con los que tan poco tiempo habíamos pasado juntos. Eran, aunque pequeña, una parte de mi ser.
Entonces, sin seguir sufriendo, volví, leí mi texto y decidí compartir algo con ellos. O aunque sea, con el principal, que me daba pena en especial por el hecho de haber tenido que correr eternamente. Poco a poco, intenté en mi mente crear una trama que hiciera que el pobre deje de correr de una vez por todas, pero ninguna me salía coherente. Decidí entonces, ponerme a conversar con él, para saber el por qué de su correr y así convencerlo de que tal vez podría hacer otra cosa y tal vez se sentiría mejor consigo mismo.

—¿Por qué corres? — preguntó.
—¿Yo? Pues no sé. — respondió este.
— ¿Y por qué no dejas de correr entonces?
— Porque lo dejaría..., aquí la paso bien.
— ¿Bien? ¿A qué te refieres?
— Bien: Soy una persona saludable, como lo que la gente me da, defeco en los ríos, orino donde sea, no tengo problemas amorosos (razones obvias). No necesito pagar la renta, pagar impuestos, no necesito trabajar, no necesito estudiar. Aprendo lenguas distintas, he visitado miles de países, y muchas otras cosas más. No tengo razones para dejar de correr, así me gusta.
— Parece que no habría manera de hacerlo parar su carrera. Pero sigo sin entender... : ¿No comenzó por nada en especial? ¿Eso es posible?
— Pues si. O sea, no. No recuerdo bien cuando fue, pero recuerdo perfectamente que nunca supe porqué.

En ese mismo instante, me invadieron unas ganas de correr enormes. No pude evitar levantar el pie derecho, luego el izquierdo, luego de nuevo el derecho, y luego el izquierdo. Pronto, estaba corriendo al lado de mi personaje principal. Pero ¿dónde? No lo sé.
Lo que ahora sé es que me encanta correr, estoy en esto hace siete años y no pienso dejarlo nunca. No sé porqué comencé. Pero si sé que estoy bien así, y así me quedo.
Pocos meses después, pasé por un bellísimo jardín exterior. Cuando estuve cerca, vi al dueño sentado en una pequeña silla de playa, con una sombrilla y una pequeña manguera prendida cerca. Me reconoció al instante.

—¿Por qué corres? — preguntó.

Texto agregado el 10-05-2005, y leído por 97 visitantes. (0 votos)


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