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Estaba echado en mi “cama de estudios”, lugar sobre el cual normalmente hago mis tareas, sobre todo las más difíciles y que sé que no voy a terminar. Y como era de suponerlo, me empezó a dar sueño. Después de unos segundos, me quedé dormido. Después de aquellos segundos, y de unos cuantos más de completo silencio, me desperté sudando, no podía ni respirar, estaba aterrado. Mi respiración era corta, pero agitada y muy rápida, tenía los ojos completamente abiertos, de par en par, y miraba hacia los lados como si tuviera miedo de ver algo que me había causado alguna fea sensación antes y que no recordaba en ese momento. Me tapé con las sábanas y me quedé unos segundos temblando. Cuando me di cuenta y pude comprobar que ya me había despertado, y que no había ningún peligro cerca más que el de mis raros pensamientos, me destapé hasta la cintura, pero luego de comprobar que hacia más frío del que yo me había imaginado, me volví a tapar hasta el cuello. Así como estaba, me quedé como una hora tratando de recordar mi sueño y reflexionando sobre él, hasta llegar a la conclusión de que había soñado con el pequeño cuento que hasta hace poco había estado escribiendo. Al término de ese tiempo indeterminado, empecé a perderme en mis pensamientos. Cuando volví en mí, ya no estaba en mi cama y no sé por qué, pero en ese momento no noté la diferencia, sentía como si nada hubiera cambiado. Estaba sentado en un sillón, uno de esos en los que entran tres personas. Era extraño, como de un estilo moderno y tenia un forro de seda muy extraño también. Frente a mí, lo único que veía era una inmensa oscuridad. Era más negra y oscura que cualquier otra que existiese o haya existido jamás. De solo mirarla me daba unos escalofríos, que al pasar por mi cuerpo, no solo lo enfriaban, sino que llenaban de temor a todas y cada una de mis células. De pronto, sin saber por qué, me paro, y empiezo a caminar hacia la oscuridad. Camino y camino. Empiezo a correr; sin embargo, tengo la sensación de no estar avanzando. Siento como si siguiera en la posición anterior. Algo tiene que estar mal. Dejo de caminar y miro hacia los costados. Me doy cuenta de que, en efecto, sigo sin haber movido ni un pelo, en la misma posición que antes, sentado. Vuelvo a mirar hacia la oscuridad y después de estar un momento mirándola fijamente, me doy cuenta que hay una figura; muy lejos como para distinguir si es una persona, pero lo suficientemente cerca como para comprobar que se está moviendo. Alejándose. Me paro y empiezo a caminar. Camino y camino. Esta vez si estoy avanzando. Entro a la oscuridad, como si tuviera comienzo y fin, y todo, absolutamente todo se vuelve negro. Todo menos la figura, ahora ya humana, que a lo lejos se notaba de un color gris opaco un poco más claro que el monótono y omnipresente negro que había alrededor. De pronto la figura se detiene. Empiezo a correr, cada vez más rápido. Ya no puedo ir más rápido, pero aún así lo sigo intentando. Estoy a punto de llegar a la figura y no sé por qué, pero abro los brazos como si fuera a abrazarla. Justo al mismo tiempo que abro los brazos, me doy cuenta de que la figura es la de una mujer, y extrañamente se me hacía conocida. Estoy frente a ella, yendo todavía a una inmensa velocidad. El momento que pasa al estar casi pegado a ella, pasó más lento de lo que yo suponía. Tuve tiempo de fijarme bien. Era una chica, más o menos de mi edad, ni muy alta ni muy baja. Realmente era perfecta. Tenía el cabello ondulado, pero no por completo, era una mezcla de todas las cosas buenas de todos los tipos de pelo. Tenía los ojos celestes, y tan bellos, que cuando quise dejar de mirarlos para poder observarla entera, no pude, y tuve que hacer un gran esfuerzo para quitar la mirada de aquellas pequeñas y bellas aspiradoras de hombres. Cuando logré ver más abajo, pude ver sus facciones, que eran más bellas aún. Tenía una nariz perfecta, pequeña pero no demasiado, puntiaguda pero no demasiado, redonda pero no demasiado; todo era exactamente de la medida perfecta. Luego, bajé un poco más y llegue a la boca, y el solo verla, me dejó con la boca entre abierta por un buen rato. Era, ni muy gorda, ni muy flaca, era perfecta. Estaba vestida extrañamente, como si estuviera en “piyamas”. Algo que me pareció extraño también, fue que no estaba en posición de esperar un abrazo; es más, parecía ligeramente asustada por la idea de que yo la iba a abrazar a esa velocidad. De pronto, todo pasó, el segundo eterno terminó, y no con un abrazo. Estaba yo pegado a una pared invisible que nos separaba, a tres centímetros de ella. Me había empotrado en aquel muro invisible. Caigo al suelo completamente adolorido por el golpe. Ya en el suelo, cierro los ojos un momento. Abro los ojos nuevamente pero ya no estoy ahí. Estoy sentado cómodamente en el sillón, la oscuridad del frente ha desaparecido, pero se notan rezagos alrededor. Estoy en una casa, y frente a mí hay un espejo. Tengo la sensación de haberme despertado de un largo y mal sueño. Miro mi reloj. Es lunes, pero no recuerdo haber ido al colegio. Son las once y media de la mañana. No hay nadie en la casa. Empiezo a buscar a alguien. La casa esta completamente limpia, como si la acabaran de limpiar, pero también completamente vacía. Vuelvo al sillón. Cuando lo veo, quedo completamente paralizado. ¡Era yo!. Era yo el que estaba sentado ahí, estaba suavemente recostado contra uno de los lados del sillón, y estaba dormido. «Ahora entiendo, estaba dormido...» |
Texto agregado el 10-05-2005, y leído por 115 visitantes. (0 votos)
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