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Los seres humanos éramos, en un principio, uno solo. Éramos un ser único. Un ser psíquico, que poseía un alma única, y un mismo pensamiento (único también) Aunque este ser de tamaño inimaginable, no era físicamente uno solo: Era la unión de varios miles de millones de cuerpos, todos separados físicamente pero unidos, como ya dije, por un alma y un pensamiento únicos. Estos pequeños miles de millones de cuerpos le servían para su propia supervivencia: ellos se auto sustentaban. Todos tenían necesidad de los mismos recursos (agua, aire, y ciertos minerales de la tierra) los cuales aprendieron a usar, por medio de los años, para poder utilizarlos sin agotarlos jamás. Todos trabajaban en distintas funciones, algunos sacaban los recursos, otros se encargaban de convertirlos en alimento, y entre todos se encargaban de mantenerlos inagotables, simplemente cuidándolos. Todo era armonioso y prácticamente perfecto (y digo “prácticamente” porque todos sabemos que la naturaleza nunca es perfecta). Todos se alimentaban por igual, y todos trabajaban por igual también.
Así como también, si una o más partes se enfermaban, no solo física, sino psicológica o sentimentalmente, todas las demás partes apoyaban y podían llegar a dejar de trabajar y aguantar el hambre, para así poder juntar todas las fuerzas de este ser para poder curar al enfermo; puesto a que si uno se muere, es el cuerpo entero el que se está muriendo.
Todas las partes de este gran cuerpo tenían, como ya dije antes, un solo pensamiento. Este pensamiento se movía por el aire, existía, era escuchado, y era hablado. Y los mismos miembros del cuerpo se encargaban de que todos se enterasen de los pensamientos importantes, aquellos que podían ser de interés de todos o la gran mayoría. Por decirlo así, se transmitía todo lo que podía importar por medio de la oralidad. Se hablaba todo, y lo importante se escuchaba siempre en mayor medida.
Los sentimientos se transmitían de la misma manera. A través del aire, existían, se escuchaban, se sentían y se hablaban. Y jamás existió un mal sentimiento, pues existía la idea de ese ser único. Entonces, si tu pensabas mal de alguien , estabas pensando mal de ti mismo, de todos, de nosotros.
Este ser tenía una cualidad muy importante, y era que no podía morir. No existía la posibilidad de que desaparezca de la tierra. Todas sus partes, así como todo lo que tiene vida, morían. Pero ellos también se reproducían. Dos cuerpos de sexo distinto se juntaban en cierta etapa de sus vidas, y tenían cierto numero, siempre variable, de hijos. Estos hijos se convertían en algún momento en los cuerpos reemplazantes de los anteriores, que en algún momento tendrían que morir. Y como los recursos eran inagotables, era imposible su muerte. Además, no existía la violencia, por razones obvias: ¿te golpearías a ti mismo? Bueno, en todo caso, ninguno de ellos lo hizo. Y por el comienzo les fue bien existiendo.
Hasta que entonces, este ser infinitamente inmortal y perfecto como era, pescó una enfermedad. Una enfermedad que atacaba miembro por miembro, cuerpo por cuerpo. Y se iba esparciendo entre ellos, como un virus. Esta enfermedad sigue aun sin cura. Cogía a uno de ellos por separado, creaba una burbuja no se de qué sustancia extraña invisible a los ojos y lo aislaba. Luego, iba corrompiéndolo, corroyéndolo. Ya separado de el resto del ser único, nosotros, este pequeño individuo no tenía nada que hacer contra ella. No podía defenderse. Estaba atrapado, en una burbuja que lo rodeaba, que no lo dejaba escuchar, que no le dejaba ver, que no le dejaba sentir. Pronto moriría...
En la actualidad, esta enfermedad ha tomado muchos sobrenombres, no se atreve ella misma, a enfrentársenos a todos por igual, se dispersa y nos dispersa, nos desune y nos corroe uno por uno, separados, aislados. Algunos de los sobrenombres que yo he tenido la suerte de observar sin ser infectado son los siguientes: envidia, hipocresía, individualismo, rencor, avaricia, odio, y muchos otros que ya me da miedo nombrar.

Texto agregado el 10-05-2005, y leído por 105 visitantes. (0 votos)


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