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Mi tío Julio se había mudado a un lugar apartado luego de la muerte de su esposa Lucy siendo él gustador de las fiestas y los bailes, los juegos y todo lo relacionado con la ciudad. Ese hecho había despertado en mí una curiosidad inquietante.

Una vez, después de su mudanza fui a visitarlo. Después de esa experiencia nunca más acepté sus invitaciones.

Durante mi único viaje al lugar que habitaba mi tío, ciertamente, disfruté de los paisajes formados por bosques y algún que otro cultivo de maíz y algodón al costado de la ruta. Durante todo el viaje no quité la mirada de los campos, mientras la tarde bajaba lentamente para ocupar el apacible cielo. La radio pronosticaba la llegada de una tormenta. Hacia el oeste, podía ser divisada en lejanos brillos de sigilosos relámpagos.

Pasaron dos horas antes que el cartel de bienvenida indicara mi punto de llegada. Bajé presuroso del bus, quizá hasta emocionado, mi tío aguardaba a un costado de la ruta sentado sobre uno de esos troncos típicos de los paisajes campestres. Se levantó y con un saludo se hizo reconocer.

—Soy tu tío, no me mires como si no me conocieras, hijo —dijo y sonrió desnudando sus ya casi desdentadas encías.

En cierto aspecto encontraba a mi parentela en él pero, los años habían dejado profundas huellas en su diminuta complexión física. Parecía pisoteado por el tiempo, tenía terribles marcas en su rostro y sus ojos parecían cansados; sus cabellos habían extendido su frente, abandonándola, y los que quedaban perdieron el color casi por completo. No podía creer que mi tío Julio presentara tal semblante.

Casi sin darme cuenta nos perdimos en un abrazo y sus huesudas manos rodearon mi espalda mientras su esquelético cuerpo parecía desarmarse bajo mis brazos. Se encontraba demacrado, parecía más bajo que lo normal y sentí dejadez en el olor de su ropa. Al mismo tiempo que hacía esta observación, el bus que me había trasladado se perdía en el horizonte.

La tarde sucumbía y la noche mostraba sus primeras sombras mientras la tormenta amenazaba con abatirse sobre los árboles. De pronto, un rayo partió de Oeste a Este del firmamento. Nos quedamos inmovilizados por un instante, él observó el relámpago perderse detrás de las nubes y quedó mirando el cielo como aguardando otro.

—Apurémonos —dijo sin apartar la vista de los nubarrones, luego tomó aire y agregó—, nos queda un largo camino, hijo y tenemos que llegar antes de las diez, antes de las diez —repitió.

Tomamos una angosta calzada de tierra que dividía un denso bosque. Él esquivaba con una agilidad digna de un atleta los canales que habían dejado en el suelo las pasadas lluvias, mientras hacía preguntas sobre la familia.

—¿Cómo está tu hermano Ton? La última vez que lo vi fue hace cinco años —un estruendo lo silenció por unos segundos.

—Mamá lo sigue tratando como a un bebé pero, ya es más alto que yo —contesté, alzando la voz. En ese momento, la tormenta dejaba escapar sus primeras gotas.

Al fin llegamos a su casa, ésta se encontraba escondida en el bosque y la noche apenas dejaba distinguir que estaba hecha de madera. Era grande pero sencilla, abrió la puerta y pasamos a la sala principal.

—Acomódate, va a ser una noche larga —soltó una risa y prosiguió diciendo—, y mañana te voy a mostrar el lugar, si la tormenta deja algo que ver.

Después de cambiarme a una ropa más cómoda, nos sentamos rodeando un pequeño brasero en el cual mi tío había preparado una fogata. Al mismo tiempo que compartíamos una taza de té.

Afuera, la tormenta se abalanzaba sobre el bosque despidiendo horribles gruñidos y desgarrando las ramas de los árboles. Apenas se podía oír lo que el otro decía, realmente era difícil mantener una conversación. En el piso algunos recipientes se habían vuelto instrumentos musicales, ejecutados por las gotas que se filtraban en el techo.

Una lámpara murciélago que se encontraba colgada de un sujetador se balanceaba como una anciana en una mecedora trazando horribles sombras en toda la sala y al mismo tiempo, dejaba escapar un chillido semejante al llanto lejano de un perro herido.

Poco después los vientos calmaron considerablemente. La tormenta perdió fuerza y se redujo a una mansa lluvia, sin embargo, los truenos seguían amenazantes, paseando de eco en eco por el cielo nocturno.

—Quizá yo podría quedarme a vivir contigo por un tiempo tío, este lugar es muy apartado para que una persona viva sola —dije tratando de iniciar una conversación.

—No, no es recomendable para un joven como tú —expresó antes de dar un sorbo a la infusión y luego añadió—, deja esto para viejos viudos como yo que no tienen nada, ni siquiera un futuro más que la tumba.

—No digas eso, yo creo que deberías mudarte de nuevo a la ciudad, además, tu casa sigue vacía —dije, mientras él parecía volar en un mundo inconcebible, perdiendo la mirada en la lumbre.

Luego de unos minutos en silencio, él alzó la vista y bajó la taza casi llena en el piso. Por último, se despidió diciendo:

—Voy a dormir, tu puedes seguir junto al fuego hasta la hora que quieras, luego, lo echas afuera antes de acostarte, ya sabes tu habitación —lo noté un poco apresurado al ingresar a su cuarto. Después de cerrar su puerta, con mucho esfuerzo le escuché decir las siguientes palabras:

—Lo único que detesto es que alguien me moleste mientras duermo, así que ya sabes —esa advertencia, innecesaria por cierto, dibujó una sonrisa en mi rostro. No contesté, y quedé pensando en lo rápido que pasaban los años y en la vida solitaria que llevaba mi tío después de haber quedado viudo. No era fácil para él, aunque, su deseo era ocultar esa debilidad.

La tormenta había vuelto a golpear fuerte la cabaña y desperté como de un sueño, seguía sentado cerca del fuego. Miré el antiguo reloj que colgaba detrás de mí, en la pared, cuyas manecillas ya indicaban las once con diez. En ese momento, un ruido espantoso se escuchó en el techo y la cabaña se estremeció hasta sus cimientos. El marco que sujetaba una de las puertas de la sala cayó pesadamente. Tenía que avisar a mi tío que toda la casa parecía venirse abajo, así que tomé la lámpara que, hasta ese momento, se hallaba colgada y corrí a su dormitorio.

En vano golpeé varias veces, no obtuve respuesta. Sin embargo, la situación exigía una rápida atención. Decidí entrar forzando su puerta.

Me acerqué a su cama, él estaba acostado boca arriba tapado con una manta de lana negra. Se conseguía notar el contorno de su rostro bajo la tela iluminada tenuemente por la lámpara.

—¡Tío la casa se cae! —grité, y sacudiéndolo intenté despertarlo. En ese mismo instante sentí bajo mis pies un objeto, al cual proporcioné un puntapié. Grande fue mi sorpresa cuando el objeto se hizo a mi vista, era un hueso.

Bajé la lámpara al suelo y noté que me encontraba parado sobre unos raros dibujos. Estos esbozos estaban rodeados de mechones de cabello, varias fotos de mi tía muerta y pequeños objetos que me son imposibles describir en este momento.

Bajo tal circunstancia decidí despojar a mi tío de su manta, como ciertamente lo hice.

Aterrorizado, entonces, di unos pasos hacia atrás y quedé observando la escena que en ese instante se había vuelto macabra. Sus ojos entreabiertos estaban aguados y sus labios fuertemente contraídos dejaban ver sus encías. Quedé pávido al ver a la misma muerte encarnada en su rostro. Sus dos manos sostenían fuertemente un extraño instrumento, una cruz o algo parecido.

Armándome de valor me acerqué para intentar oír su corazón. La vida lo había abandonado y ya presentaba todos los aspectos de alguien que por mucho tiempo había sido habitante de una tumba.

Mi tío estaba muerto y su estado era horroroso, casi en descomposición. Maldita esa hora, maldito ese instante que se impregnó en mis sueños para siempre.

En ese momento un extraño fenómeno llamó mi atención en la oscuridad, dos pequeños círculos brillantes. No me había percatado de que al otro lado de la cama un ser amorfo me observaba con unos ojos redondos y radiantes. Con una voz similar al bramido del viento que azotaba en el exterior dijo las siguientes palabras:

—Yo soy la muerte, la que se compadeció de este hombre —parecía nadar en la negrura—, que sólo fue a visitar a su amada esposa.

Deberían haber visto con qué velocidad corrí hacia la sala donde el brasero seguía encendido. Pero al llegar a este punto, cuando un terror indecible me invadía, sentí un fuerte golpe entre la nuca y la espalda, luego, lo que puedo recordar es sólo oscuridad.

Abrí los ojos y los rayos del sol que ingresaban por las ranuras en la pared se incrustaron en ellos como punzantes agujas.

Me encontraba en la cama del cuarto que mi tío me había preparado la noche anterior y estaba cubierto con una sabana hasta la cintura. Quedé unos minutos sentado, tratando de recordar lo que había ocurrido la noche anterior. No pasó mucho tiempo antes de que se escuchara una risilla y mi tío ingresara por la puerta de mi habitación.

—Buen día bienaventurado, anoche cayeron dos árboles sobre la casa. Es un milagro que estés bien —comentó sonriente, a lo cual respondí con otra sonrisa. Quería creer que todo había sido un sueño pero, mi espalda estaba lastimada y él parecía un poco más viejo.

Hace unos días, encontré en una biblioteca un vetusto libro de mitología guaraní donde narra la creencia de aquella antigua tribu sobre las visitas que uno podía hacer a sus antepasados muertos, realizando un pacto con un dios maligno llamado Añá. Y éste perverso negociante de almas cobraba descarnando el cuerpo de su cliente.

Texto agregado el 10-05-2005, y leído por 216 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
08-06-2005 Que buen relato. Imaginación para recrear un ambiente más que especial y una historia que sostiene el desenlace hasta el final. ***** Shou
07-06-2005 Un excelente relato de misterio que arrastras mezclando realidad y magia, así como sin darnos cuenta. Buena imaginación, buen ritmo narrativo con historia. maravillas
24-05-2005 La misteriosa narración te conduce de una cotidiana visita a algo increible e inesperado... Me parece muy bueno y te felicito... el final te deja con la sensación de que todo fué un sueño... cuando en realidad fué verdad... mis estrellas para ti.... SARAH
11-05-2005 Se notan tus preferencias literarias; construyes un relato pleno de imaginativa y misterio recreando ambientes estremecedores; dejando sin mostrar hasta el final lo que se sabe desde mucho antes. Saludos. Nomecreona
 
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