Tomé fuertemente las riendas de mi corcel, ya me quedaba poco para llegar al castillo, para así avisarle al Rey que vendrían nuevas guerras, con los hombres de tierras lejanas, pero ya estaba exhausto, y mi caballo también lo estaba, así que decidimos detenernos junto al lugar en el cual el río de transformaba en lago, para así poder beber y saciar nuestra sed, pequeños frutos silvestres capearon la terrible hambre que dominaba nuestros estómagos... pero la misión debía continuar... debía llegar al castillo, y ya estaba anocheciendo.
Desde donde estaba podía ver sus luces encendiéndose y no podía ya perder más tiempo... así que seguí... ya me queda poco por entrar y dar aviso al rey y la reina, y hacerles entender de la manera más simple que lo que viene es difícil, y que necesitamos navíos... +
Galopé y galopé hasta llegar a mi destino. La brillante Luna protegió mi espalda e iluminó mi silueta en la entrada al gigantesco castillo
Nadie se percató de que yo había llegado, no hubo recibimiento ni nada, abrí de golpe las puertas del gran salón, y ahí sentado en su dorado y majestuoso trono, el rey.
-¿Alguna buena nueva mi joven y fiel caballero? - me dijo el rey.
-No - contesté – Algo terrible ocurrirá dentro de 4 días... -
Pude ver como el amable rostro del rey se endurecía, y vi como su mirada tomó un tinte algo sombrío. Él ya sabía que lo que se avecinaba eran tiempos de guerra. Sabía que sería, tal vez, su última guerra, ya estaba viejo, y su sueño era morir en combate como sus antepasados reyes.
-Se acercan cientos de navíos... – continué – y tienen la intención de adueñarse de esta tierra, de vuestro castillo, y de nuestras mujeres. -
En el salón había un silencio sepulcral. El rey se levantó del trono y recorrió la habitación, sin decir una sola palabra. Frente a una de las tantas estatuas que había en la sala, se detuvo, se sacó la túnica que lo cubría y con la misma limpió la escultura... era la de su padre...
- ¡Es deber mío vengar vuestra muerte, y darles a conocer que tenéis un hijo tan valiente como vosotros - quienes estaban en el salón comenzaron a salir, mi paje, los escuderos, los demás caballeros y los cortesanos que se encontraban. Sólo quedamos el rey, su consejero y yo...
- Mi buen Éldoran, ¿Qué debo hacer?- El rostro de angustia del rey no podía ser más evidente, estaba asustado... y su consejero lo miró fijamente y le contestó preocupado y con lágrimas en sus ojos:
- No lo sé su majestad, os vi crecer, llevo tres generaciones siendo consejero de vuestra familia, y para mí sois como un hijo, me dolería demasiado, majestad, el veros morir, pero más me decepcionaría el veros huir, recordad mis palabras, moriré con vosotros si es necesario-...
- Su majestad, - interrumpí – necesitamos barcos por cantidades gigantescas, la mayor dotación que hallamos tenido.
- Imposible- dijo Éldoran – no hay tiempo y bien sabéis que nunca hemos sido buenos combatientes en el mar.
- ¿Qué haremos entonces? – preguntó angustiado el rey.
- Lo que nos queda por hacer es... con el riesgo que esto implica... esperar el desembarco enemigo.
El rey se dio la vuelta, mostrándole la espalda a la bella estatua, se puso nuevamente su capa y nos dijo a Éldoran y a mí:
- Que así sea, mis fieles servidores, esperaremos el desembarco.
Y así pasaron los días, hasta que fue posible divisar las luces de los navíos en la oscuridad de la noche, eran tantos que parecían estrellas en la gigantesca cúpula marina.
Ya estábamos listos, los soldados habían sido reclutados y previamente instruidos. Se dividió a los soldados en seis grupos, por edad. Los más ancianos, el rey y yo, en el primer grupo... la idea era no matar a los más jóvenes y liberarles el camino, por que conociendo la maldad de nuestros enemigos, enviarían al frente a los más pequeños...
El rey, que solo iba armado de una espada, un escudo y su armadura dorada, se acercó a mi y me dijo con voz baja y un tono amable:
- Joven caballero, toma a Éldoran y a la reina y llévatelos lejos del peligro.
- Está bien... – ajusté mi cota de malla, de plata, me coloqué un yelmo más liviano que el casco de mi pesada armadura, y partí hacia Éldoran... sigilosamente, lentamente, lo tomé por el brazo y lo subía a mi caballo y galopé hacia el interior del castillo, que estaba a mis espaldas...
- ¡¡Qué hacéis insolente!! Dejadme luchar... por favor...-
- Son ordenes del rey... os quiere a salvo...-
Entré con todo y corcel a los pasillos del castillo, buscando a la reina, llegué a su habitación y golpeé la puerta y salió ella misma:
- ¡¿Pero qué es ésto?! ... ¡¿Por qué estáis con un caballo dentro del castillo... y con Éldoran a cuestas?!
- ¡Callad...!- la tomé de sus ropajes y la puse sobre el anciano...
El tiempo apremiaba y se terminaba junto con la corta noche... el cielo comenzó a nublarse y lejanos truenos se oían en el comienzo del alba... pero aún no llovía. Salí del castillo hacia mi guarida... galopé bastante... algunas gotas comenzaban a caer y el cielo ya estaba claro, quedaba poco tiempo... entré por el portalón de mi hogar y en su interior me miraba con asombro, ella, Elsa, mi amada esposa e hija de Éldoran...
- Amor... cuida a vuestro padre y a la reina... reforzad con maderos las puertas y las ventanas, y no salgáis por nada del mundo,- y partí de regreso a la salida del castillo, donde estaban las formaciones listas.
- ¡Te protejan fuerzas de bondad... mi valiente servidor...!- gritó la reina desde la salida...
- Veo que llegasteis, mi fuerte caballero- me dijo el rey
- Ya están a salvo, su alteza real- le informé- su majestad...-le dije- permítame ser el líder del primer grupo...-
- Que sea como tu quieras... eres el mejor- me alabó el rey
Los cuernos sonaron, ajustamos las espadas y las mallas, los cascos y las armaduras, los caballos comenzaban a trotar y a acelerar bruscamente... ya partimos a la playa... la guerra había comenzado...
Las tropas nuestras llegaron hasta casi el límite del bosque que antecedía la playa, nos quedamos los mandos mayores observando a los recién llegados. Ellos al parecer no tenían conocimiento de que los esperábamos, recién estaban desembarcando y formando filas, y eso era un punto a favor... pero aún así estábamos en la más absoluta desventaja, nos superaban en número, todos eran jóvenes y adultos... en nuestro ejercito había niños y ancianos... eso era terrible.
La idea surgió de improviso, atacar por sorpresa a estos raros enemigos, que vestían aparatosas y coloridas armaduras, gigantescos cascos y extrañas espadas semicurvas... además de sus extraños ojos rasgados...
El violento mar que se batía a sus espaldas dio vuelta más de una de sus numerosas embarcaciones. La tibia mañana se estaba enfriando más a cada momento, y las suaves gotas que caían hacían sonar nuestros cascos y armaduras como infinitas goteras bulliciosas y traicioneras... uno de los jefes de tropa enemigos miró hacia donde nos encontrábamos... algo escuchó – la lluvia nos delató- pensamos, debíamos actuar ahora.
Se corrió la voz, cada sección atacaría en puntos específicos a cada una de las tropas. Como no conocíamos las armaduras enemigas, no sabíamos hacia que lugar del cuerpo apuntar... solo se veían de los guerreros los ojos y algo del mentón... los únicos blancos visibles de sus cuerpos... había que afinar muy bien la puntería
La otra ventaja... estábamos sobre caballos... lo que nos hacía más veloces, pero a la vez menos ágiles y también más dolorosas las caídas.
Comienza la emboscada... el grupo más joven por la retaguardia enemiga, los jóvenes de manera lateral. De frente... y los primeros en atacar, nosotros.
Y así fueron volando flechas, golpes de espada, lanzas, garrotazos... uno de los sirvientes que cayó en combate dejó libre su caballo, tomándolo así uno de los mayores de las tropas enemigas. Sabía cabalgar, y sabía luchar sobre caballos, sabía, no sé como, quien era el rey, se acercó a él sin yo poder hacer nada, se había alejado demasiado de mí, no estaba a mi alcance, en ese momento entró el grupo que atacaría por el costado, fieramente se abalanzaron. En un instante... silencio total, todos veían como el usurpador enemigo galopaba con su raro sable en alto, faltaban menos de diez metros para que el enemigo alcanzara al buen rey... el malvado forastero, bajo una lluvia de lánguidas flechas que rebotaban en su armadura no se detenía, pero a menos de cinco metros, una plateada flecha, que llegó desde el bosque, penetró en pleno ojo enemigo, dándole muerte al instante...
Me acerqué al lugar del cual provino aquella saeta, tal fué la sorpresa... Elsa, mi mujer... ella disparó esa certera flecha, que agradecida del rey, se hizo presente en la cruda batalla.
El rey estaba atónito... casi no se movía, y detrás de él, la más cruda batalla nunca antes vista, llevábamos la ventaja de los caballos, y el factor sorpresa aún los tenía pasmados.
Entró el tercer grupo, cabalgando silenciosamente por sobre la arena... por la retaguardia y sin que se dieran cuenta los enemigos fueron cayendo, y siendo encerrados por los tres grupos de bravos jinetes. Los extranjeros retrocedían dándonos el frente, pero a sus espaldas, gigantes olas nos apoyaban.
Empujamos a estos fuertes combatientes desconocidos hacia las furiosas y extensas aguas, y así fueron cayendo uno a uno, ahogados, habían varios de los nuestros junto a los enemigos, pero el amable mar los devolvió sanos y salvos.
Se hundieron todos sus barcos, se ahogaron todos los soldados enemigos, el mar no perdonó tal osadía a ninguno.
La guerra había finalizado, el rey volvió a tomar su trono, pero no hay un final feliz...
Siempre hay nuevas guerras, siempre hay crueles enemigos, siempre hay espíritu vengativo por los amigos caídos... pero por ahora todo está bien... por ahora...
FIN
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