- Pues no me importa. Yo sí voy a comer - dándome cuenta de que ya no les estaba "bluffeando".
- No, en buen plan, ya párale.
- Y tú te quedas - le dije a Nancy
- Pues me quedo - dijo Nancy, que se veía realmente muy drogada.

La navajita suiza no era más grande que mi dedo meñique, pero si estaba afilada. Cortó la carne como si fuese mantequilla. Luego la sangre brotó despacio entre viscosidades amarillas, de grasa, y el aire se inundó de su presencia.

- ¿Qué necesidad hay de esto, Pablo?
- el hambre... el hambre
- No. No es cierto. Eres una bestia.

No iba a poder cortar el hueso. Se sentía duro y rechinaba, haciendo que me dolieran los dientes. Una lágrima de asco me corrió por la mejilla. Me levanté, afianzé la mano, aprisioné el torso con un pie y comenzé a golpear el hueso con la planta del otro pie, repetidamente, como cortando una rama seca. Funcionó.

- Término medio o bien cocida - pregunté.

Nancy rió hasta que su risa se convirtió en una horrible andanada de llanto. Estaba horrorizada hasta la médula. Johnny vomitó profusamente y se arrastró hasta una esquina. Yo heché el antebrazo sobre la parrilla. De inmediato el aire olió a cabello quemado.

Al final no sabía tan mal, pero no pasaba de ser carne. No hubo nada especial que comentar al respecto.