Pobre vagabundo que me miraba fijo y triste, pobre vagabundo que con la ropa seca y los dientes sin sonrisa, soñaba aplastar el mundo y caer al vació de la luna, y claro, sin escucharlo podía sentirlo hablar hacia el cielo y no desvanecer hasta atajar la respuesta de la lluvia, es que yo mismo me preguntaba el por que de sus sueños bajo el techo del infierno y el masticar bien prolijo del mismísimo calor del miedo convertido en viento. Hoy podría seguir mirando al viejo sacudirse el amargo caldo entre los ojos del puente, pero no, vasta con lo que escribo a metros de su malograda brisa, es que acaso si su luz se prendiera podría a prender a volar o el premio del sudor de los tablones roseados y encantados del infinito, podrían algún día hacerlo reír como Pastor Universal orgulloso y el clavel entre las espinas beber y el agua alcanzar y el bosque de arado poder cosechar y al otro lado creer.