Me senté en el lugar de siempre, mirando la pileta que ocupaba el espacio... detrás de ella una gran casona abandonada, donde las palomas parecían haber tomado posesión de cada ventana rota... sus desechos pintaban las murallas de una manera absurda y grotesca y enfrente de mí... siempre... sentado de la misma forma, mirando la pileta, queriendo dibujarla pero no logrando quedarte quieto, estabas tu... con tu cuaderno de hojas blancas y un lápiz de carbón, tu pelo desordenado que escondía tus orejas... ¿estabas ahí?...
Yo escribía un poema... una historia... pero tu parecías dibujar una vida entera desde el principio hasta el final... riéndote sin explicaciones... como si el simple juego de dos perros fuese un gran capitulo en tus dibujos... ¿por qué siempre ahí?
Ese día tenía miedo, la gente andaba extraña, más extraña que ayer y todos los días, el mundo no se iba acabar hoy. Pero la gente corría desesperada, me sentía asustada. Ese era un buen lugar para prender un cigarrillo y poner estructuras a mis problemas. Formar una teoría un porque a los ojos de la mañana.
Quería decirte a ti, lo que me estaba pasando, pero nunca había hablado contigo, tu mirada definitiva, tus ojos claros que inspiraban ternura, tu piel blanca y tus labios suavemente delineados, tu pelo claro, tu sonrisa infantil... no sé como es tu voz... la manera de dibujar... la manera en que tomas el lápiz... la manera... nunca te he visto caminar... Todo esto me causa una sensación de gritarte que te dieras cuenta que la gente camina desesperadamente sobre sus dos pies... que camina más rápido... tu calma me desesperaba... me atraía. Pero quería sacarte de ahí... que te dieras cuenta del mundo que hay afuera... esperaba demasiado rato para que te cambiaras de banco o caminaras a un lugar pero nunca siempre ahí... distinto todos los días, pero siempre ahí... ¿cuándo comías, cuando llorabas, cuando gritabas?
Me acerque hasta ti... me senté a tu lado... no miraste... vi tu cuaderno... ... Nunca dibujaste nada por que movías el carbón... ¿por qué?
Te quedas quieto... no me miras... murmullo... mi lengua se traba... sonríes... me sonrojo... me paro y no digo nada... me doy vuelta tomo tu hombro... los huesos se sienten en mi mano... te ofrezco un cigarrillo, no hablas... me pongo delante de tu perspectiva... no te quejas... me miras...
Corre el viento... tu pelo se desordena más, y las hojas de tu cuaderno revolotean como palomas... veo mi figura, mi rostro, mis manos, mis pies, mi cara, mis orejas, en miles de hojas, manchadas de carbón barato...
Y me da miedo... tomas mi mano. Tus dedos son delgados, quebradizos. Digo perdón, por fin tu voz escapa de tus labios. A lo mejor debí preguntarte antes de dibujarte... no sé me parecías extraña... siempre en esta plaza... escribiendo... inamovible... casi inexistente... Quise decir algo... cuando me preguntaste... si me había dado cuenta que la gente estaba más extraña que todos los días, que corrían muy de prisa sobre sus dos pies, que no miraban a los ojos, a menos que fueran mas extraños...
Te iba a decir lo mismo...
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