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“El milagro de la Pietá”


Frente a la Iglesia de la Santa Croce, un niño Italiano de 8 annos, de apariencia lánguida, solitario, y sin habla. Solía apreciar la escultura de mármol la Pieta, representada por una Mujer Santa, ubicada entre unos árboles del Parque de Florencia, se detenía a contemplar esa estatua de madre, aquella expensión traducía esa espera de mecer su hijo perdido. Allí Julián encontraba sus lágrimas de huérfano como única respuesta para su vida gris. Deseaba ser aquel hijo, y anidarse en la imagen maternal.



Julián, vivía bajo el cuidado de religiosos de aquella Iglesia, como pasaba todo el tiempo en el Parque, hurtaba a las palomas, migas de pan, que la gente acostumbraba a tirar a diario. La tristeza se hacía cruel, estaba débil para volver a su refugio, casi dormido se cobijó en su escultura favorita, un manto suave abrigaba el llanto, sentía por sus brazos débiles un cabello cálido y protector, que despejaba su amargura, por primera vez gustaba ese néctar espeso con palpitaciones puras que fortalecían su interior, acomodaba su inocencia en esas manos dóciles, piadosas y virginales, creía estar dentro de un vientre, con paredes celestiales con vista al paraíso, en que los ángeles se divierten con aprender a volar.
De pronto siente una voz apacible le habla:


- Julián, necesito verte felice
Tu madre te ama
Llora por tu anima
Y te regala benedizione

Toma mi mano, caminaremos por este Bosco, y no temas, veras el sacrificio de Amore de tu madre para que nacieras.

Julián, se encontraba en un paisaje Verde, el cielo estaba ardiendo entre un color rojo y amarillo, mientras, tres lobos gigantes provenían de la nieve que estaba al contorno del Bosco, iban directo a un niño que lloraba escondido entre las únicas flores azules existentes, Julián sin soltar la mano de la figura femenina, que flotaba como en una burbuja se escondía tras sus faldas, en tanto se apreciaba cerca de la criatura una mujer desnuda con las piernas ensangrentadas, débil, de ojos bondadosos, era capaz de abrir sus manos, hacia el cielo, para reclamar:

-Que me devoren a mí tus fieras,
Pero no lo que más amo,
Mi figlio ha nacido para vivir,
Llévame a mi!

Una voz tenebrosa, sin rostro le respondía:

-Aunque el hambre de los demonios saboree tu corpo
No tendré tu anima pura,
-Querrás escapar con tu figlio, pero no podrás.

Se aproximaban los lobos a un mismo ritmo, la mujer que flotaba sobre el niño, cerraba los ojos en fe, hablaba despacio, con ruego, se desvanecía su piel, para brillar como un alma extremadamente sublime, con blanco linaje de hostia, pupilas oceánicas, una boca profunda de estrellas y sus manos eran dos espadas de oro, que a su vez escudaban sus alas refinadas y sensibles extendidas con grandeza, las fieras a una leve distancia se detenían frente a ella, con velocidad de hambre; uno se devoró a los otros dos lobos, que dejaban de ser blancos para convertirse en una horrible bestia de pelaje negro, desfigurados por tres ojos vacíos.

Julián temeroso prensaba muy fuerte la mano de la Pietà , veía como esos colmillos atravesaban cruelmente el manto de ese espíritu perplejo, descendía una lágrima de sangre que se derramaba con suavidad en la frente del recién nacido, las flores se encadenaban como una sombra divina y efímero, envolviéndolo con delicadeza en su interior, lejos de la tenebrosidad, para luego encomendarlo a fueras de una Iglesia.


Julián, impresionado, comprendió que se trataba de él, esa mujer había entregado el anima al mal, dejando al huérfano, pero con todo el amor de una madre. Cedía entonces con ternura una mirada fija la primera palabra hacia su amiga milagrosa

- Vámonos, debo volver a mi hogar.



Al sentir el bullicio de personas que solían despreciarlo por su apariencia, en rededor, Julián despertaba en alivio mágico, con energía, por primera vez la felicidad se repartía en su interior. Permanecía aun en las manos de la estatua Maternal, renovado y en forma de gratitud le sonrío besándole la mejilla dulcemente.


Con los años, para los habitantes de Florencia, Julián fue considerado un milagro, quienes conocían de su infancia predecían que jamás podría hablar, pero este niño, que pasó a ser un talentoso escultor, dedicó su bella vitalidad en crear la escultura más consagrada para el siglo XV, el hijo de Pietà, quiénes lo vieron por última vez afirman que el joven Julián acabose la sagrada estatua, la cargó en su espalda, no permitiendo ayuda y, agonizante se la entregó a Pietà, mientras el Parque se plagaba de hermosas palomas, Julián nunca más fue visto.















Inspirado en la escultura de mármol La Pietà, de Miguel Angel, que da inicio al renacimiento-resurgimiento de la cultura clásica 1498 –1500, Florencia Italia.

Texto agregado el 09-05-2005, y leído por 199 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
09-05-2005 Impresionante. Tu cuento me devolvió a Florencia. Bellísimo relato. Felicidades y 5*! jau
 
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