Ella camina descalza para no arruinar los zapatos, único par en su brevísimo guardarropa. Y bajo el piloto ajado, borroneado por tantas lluvias, refugia a sus críos que nacieron sin vacunas contra la pobreza. Deja atrás tres colchones dentro del rancho en el que su José quedará a cuidar la heladera y el televisor, hasta que el agua baje y Ella vuelva. Ella va hasta la escuela donde sus niños recibirán alimento, en un sentido de la palabra tan literal como polenta. A Ella le duele saber que es la urgencia de la panza chillando la que impide ahora nutrirles también el alma. Pero confía en que así como la lluvia se detiene y el agua se evapora, llegará también el día en que allí vayan munidos de cuaderno y cartuchera. Ella les entrega cada segundo, los abraza y los limpia, los reta y los mira. En cada lágrima que les descubre encuentra el valor para pelearles una sonrisa en medio de tanta malaria. Y el universo se esconde detrás de un montón de hojas ante tamaña guerrera que se vuelve invencible por andar pariendo vida en cada suspiro.
Texto agregado el 08-05-2005, y leído por 184 visitantes. (3 votos)