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¿Qué es lo que no se puede negar?. Bueno, no se puede negar que está lloviendo y que es noche y me siento perturbado. No se puede negar que en este momento desearía balear a alguna persona por la vivencia que viene después; aquel remordimiento abstracto que sólo se muere en botellas transparentes o fierros carcelarios, cuentan; aquella ardiente pasión secreta de saberse salido de órbita, enajenado y encamado al mundo como si fuera la Pamela Anderson. Es hermoso, eso sí, pensar en pasar los dedos por el teclado del computador y que se vayan formando letras muy rápido y una tras otra -como varias vidas-, y no importa mucho la consecución del fin utilitario porque de ser así la idea de escribir perdería su gracia y esto se transformaría en un análisis metateórico de la teoría del caos (del tipo Mp o Mu), dejando de ser un deporte sano para mutarse a una especie de tarea en donde es estrictamente necesario causar un texto rico en imágenes y contenido, altamente emocional o todo lo contrario, en vez, claro, de ser lo que es; un texto lleno de negación y escrito para ejercitar los dedos en una noche en que está lloviendo y es bien noche, así como la lluvia es bien lluvia (y eso me arrastra a decir que yo soy bien hombre para mis cosas y el perro que me está mirando es bien perro para las suyas).
Ahora, por diversión, contaré que Juanito se levantó temprano esa mañana para comprar el pan de su familia. Caminó descalzo hacía la panadería de don Mario distante a unas cinco cuadras de su humilde, proletaria y típica casa austriaca de finales del siglo dieciocho. Cuando doblaba por la esquina que lo llevaría a la consecución de su tan santo y anhelado objetivo unos maleantes lo asaltaron y lo asesinaron, en el preciso momento en que su familia era arrasada por un cañonazo parisino que Napoleón Bonaparte y sus compinches propinaban en pos de la paz de Europa -que pasaba porque todo el continente estuviera bajo el control de la sangre bonapartiense-. Este amargo hecho no afectó en nada la conciencia colectiva de la sociedad austriaca de la época, porque la familia de Juanito no era conocida más que por los vecinos de ellos, y en caso de guerra había tantas otras familias más en las que fijarse que una más venía a ser un pelo de la cola-es cosa de nombrar los terribles casos de Pedro y sus ocho hermanos, Heráclito y su esposa colorina, o de Silvia Aguilera y sus padres vieneses-. Además, muchos chicos morían camino a la panadería de don Mario -38 a la semana, dicen los noticieros, avalados por la Comisión de Estética Vienesa Estatal, CEVE- por lo que el asesinato de Juanito tampoco se convertía en un anatema. Digamos, eso sí, que el hecho afectó de forma profunda a Mauricio Cárdenas, su amiguito del barrio, privado a partir de ese día y para siempre de la inventiva de Juanito en lo que a diversificar el juego de la pelota respecta -no se puede dejar de mencionar la oportunidad en que con la pelota jugaron a matar lechuzas perversas o la bella y anaranjada tarde en que los dos contemplaron con prístino éxtasis como su pelotita de trapo servía de yoyo para las jirafas del zoológico-. Triste situación para tan bella familia, que ni siquiera con un hoyo público en el cementerio general pudo contar porque don Venancio, cabeza, esposo y padre de los afectados, no había pagado la cuenta del gas durante tres años y la empresa del gas, McRonald y cía. de propiedad del benemérito de Varsovia, les había hipotecado hasta el seguro social. Todo esto hubiera sido bien distinto si la familia aniquilada con tanta saña por esta inexplicable fuerza del destino hubiera sido la de Napoleón. Y no digo esto por ser un lamebotas historicista que pretenda develar cuan grande la figura del general resulta aún en nuestros abriles, o porque ésta contase con más méritos en las encuestas políticas o faranduleras de la época, sino porque la ira y furibundez de Bonaparte habría hecho quemar vivos a los responsables. Porque Napoleón no es como Edipo, débil y llorón, si bien resulta paradójico atribuirle tal fachada al griego, por no decir que resulta grotesco o antiestético para la imaginación (aun cuando peor hubiera resultado decir "Edipo no tenía altura de miras" o "Edipo no contaba con visión de futuro"). Y es que Napoleón es bien orgulloso y un tipo lleno de fuerza, todo un gallito para sus cosas, y ningún destino de la conshesumadre va a venir a amargarle la vida, como demostró aquella vez en que se fugó de la isla de Elba entre pericias y abandonos de coraje dignas de libros y películas o poemas dedicados. Porque no se puede negar lo digno que es el salir de una situación así, en donde todo se ve negro y cuando la esperanza de que las cosas cambien parece mimetizarse con los fotogramas de la tele o el brillito incandescente y desesperanzado que se te forma en los ojos cuando ves a la niña de, precisamente, tus ojos. Porque cualquier otro, Yocasta, Romeo, Antígona, Julieta, Electra, Sófocles, Shakespeare o quien sea, en vez de intentar siquiera fugarse de Elba hubiera optado por lo fácil y por la inercia; escoger el camino abreviado hacia la noche que desemboca en noche para escribir en estado de trance alguna entenebrecida carta a quien sabe quién (¿la niña de sus ojos?¿ un profesor de historia?¿ los familiares lejanos de Juanito?). Carta en la que se trate de forma frenética asuntos que rueden y rueden y siempre cuenten acerca de lo tremenda, absoluta, irremediable y edipicamentemente perturbados -¿por el destino?- que se hallan.

Texto agregado el 08-05-2005, y leído por 287 visitantes. (0 votos)


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