Todas las mañanas cuándo iba al trabajo, pasaba por donde sabía que estaba. Cruzaba de acera y le miraba, a veces hasta con deseo, para qué nos vamos a engañar; pero él, no se daba por enterado. Era una de las muchas que le deseaban.
Pero un día ya no pudo más y fue directamente a buscarle, necesitaba saber también cómo era por dentro.
Estaba un poco nerviosa pero se dirigió hasta allí. Pulsó el timbre y esperó a que abrieran. Cuando por fin estuvo dentro, preguntó por él, y al decirle que hacía un par de horas que se había ido con la hija de la panadera, a la que encima conocía, sintió frío, calor...Y una rabia verde, de esas que supuran, debió de colorear su cara porque enseguida le ofrecieron asiento y un vaso de agua.
Cuando tuvo mejor aspecto, la dependienta de la tienda, le dijo que se hiciera el ánimo, que ya no volvería, que tenía que haber sido más espabilada, más lista, y un montón de adjetivos más que la entristecieron.
Aunque para darle ánimos le comentó que cómo él, los había a pares, pero que mejores que él, la cifra era imparable. Creo que la convenció.
Así que, con voz resuelta y una amplia sonrisa, le preguntó:
- ¿Calza por casualidad el número 38?
- Pues sí, uso ese número de pie. ¿Por qué?
- Porque me han entrado a primera hora de la mañana, un surtido de zapatos italianos de muestra, justamente del número 38, que cuando los vea, se los pruebe y los sienta, ya no se acordará para nada de los zapatos de piel marrón, que siempre miraba en el escaparate y que se llevó esta mañana, la hija de la panadera.
Así que, suspirando de nuevo, se sentó…