El estaba solo en su casa, el silencio era pesado, los ruidos que llegaban eran lejanos, venían de las casa vecinas, de niños que jugaban en los patios, de maridos y sus mujeres que discutían por supuestas o confirmadas infelidades. Pero, él solo escuchaba el silencio que procedía desde lo más profundo, oscuro y húmedo rincón de su hogar.
La casa le quedaba grande cuando solo se hallaba, vagaba por las habitaciones de cuarto en cuarto, hurgando, buscando algo, no sé qué, talvez algo para no sentir tanta soledad un poco de compañía, en esos momentos muertos. Las horas no pasan los minutos son larguísimos y su genio se empieza a inquietar.
Cuando nosotras llegamos se le noto en el brillo de ojos y en la sonrisa de su faz que se alegró de vernos. Nos lo llevamos a recorrer la ciudad.
Riendo y jugando a las carreras nos fuimos a vaguear un rato. Se le traslucía el agradecimiento por sacarlo, para nosotras era algo impensado dejarlo, pero él creía que era un privilegio el acompañarnos. Caminamos por Bv Oroño, corrimos a todos los transeúntes que se nos cruzaban, mirábamos feo a los automovilistas que nos detenían en las esquinas.
Es largo el camino por Oroño hasta el rió pero ni lo sentimos tan distraídos veníamos divirtiéndonos. Con Anto nos mirábamos y no podíamos creer que él se pusiera tan contento por un simple paseo y ahí me di cuenta que en las cosas simples y sencillas esta la verdadera felicidad, y al ver a Anto a los ojos me di cuenta que pensaba lo mismo.
Termino Oroño, llegaron las vías tenía miedo cruzar y yo no pude entender que no supiera saltar. Esa es mi cruzada personal, le enseñaré a saltar.
El río estaba hermoso, para mi es único e irrepetible, me produce un embrujo, recuerdo mi primera vez allí la inmensidad del agua, el silencio de la noche, la compañía perturbadora. Pero mi dicha de ver el río no se comparaba con la de él, la alegría que le di ver tanta belleza, tanto verde. Y jugó y jugamos, y corrió y corrimos, descansamos tirados en el pasto, rodando y jugando en el suelo. Seguimos caminando por la orilla en el atardecer, nos detuvimos en una saliente para admirar el paisaje, para disfrutar de la vista. Fue un momento de comunión con él, los dos al mismo tiempo mirando el mismo paisaje. Me enamoré tontamente.
Llegó la hora de volver, para él la fiesta seguía, quería ir a una feria nosotras comprendimos que sería fatal. Mi cara estaba larga yo sabía que el paseo y la diversión llegaba a su fin, más el no se había dado cuenta, seguimos jugando y corriendo, llegamos a parque norte jugamos con el agua del bebedero mientras saciábamos nuestra sed. Anto compraba pochoclos, pero él no los probó. Continuamos el regreso cuando llegamos a la puerta de su casa, comprendió recién ahí que el día había terminado junto con la aventura del paseo. Pero al ver su carita nosotras le prometimos que habría muchos más.
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