Te permitías trasnocharme y transitar por mi mente
cruzabas, caminabas...
algunas veces sigiloso te asomabas
como para que no me diera cuenta pero siempre
descubría tu presencia.
En otras ocasiones llegabas sin más,
te presentablas sin explicación,
me pedías disculpas por tus arrebatos
y jurabas no volver a despertarme,
me cantabas quedito, muy bajito
para que nadie escuchara.
Tomabas todas las medidas necesarias
para que tus visitas fueran clandestinas
no tenías por qué enterar a nadie:
era esplendoroso.
Lograbas sorprenderme, turbarme.
¡Ah!, pero no es todo.
Muchas veces, no sé cuántas,
no puedo recordarlo,
llegabas con toda la nostalgia del mundo a cuestas,
me la irradiabas,
te sentía lejos, muy lejos,
sólo me observabas con los ojos prendidos de llanto,
ni una palabra, te acercabas
hasta confundirte conmigo,
estabas, pertenecías y de pronto te esfumabas
y yo quedaba desmoronada, estupefacta,
quizá porque presentía que sólo eso me quedaba,
que tus visitas a lo largo de mi pensamiento
iban a ser prolongadas
hasta que un día ni siquiera me reconocieras.
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