Con frecuencia realizaba yo mi trabajo en la plaza de la ciudad. Allí, frente a los edificios yo desplumaba pollos, eso es, sacaba las plumas a los pollos. Un cierto día de invierno, vino a mi una señora y me demandó:
- ¿Puede usted pintar mi casa?
Yo le dije que no era pintor,
Que tenía ilusiones, que tenía mi mente de colores,
Que mi pelo parecía un pincel bruto,
Que mi vida parecía una paleta de mezclas.
Pero no soy pintor señora, le dije y salí corriendo tras un pollo rebelde.
Al día siguiente, retomaba el trabajo cuando se acercó un sacerdote enano.
Tiene usted la sotana muy larga, le dije, sin reparar en su estatura.
Entonces él sonrío con cara de perro muerto de carretera y me dijo algo que sentí a la altura de mis rodillas.
¿Puede usted matar a mi obispo?
Yo le dije que no era asesino,
Que no empuñaba hacía años un cuchillo,
Que la pólvora me daba alergia,
Que de venenos no había aprendido mucho
Y que nunca fui admirador de militares ni del General,
Le insistí en que me disculpara, pero yo –le dije- soy un hombre que despluma pollos.
Con aire sufriente y elegante me sorprendió en plena faena una mujer hermosa,
Con dos grandes perros que la acompañaban seguramente en sus compras.
Me preguntó si podía bañar sus canes, si sabía algo de animales y si podía tenerlos a mi cuidado por unos días.
Como soy un experto en pollos, con muchos rodeos, pude convencerla que la experticia en pollos me calificaba perfectamente para sus requerimientos.
Los perros son como los pollos. Tienen patas, cabeza y corazón, le dije convencido.
Ella asintió con temor, yo los tomé con temblor,
ella me miró con candor, yo le dije que todo estaría mejor,
ella cerró un ojo mientras pasaba un cantor,
el cantor decía mentiras mientras la mujer partía.
Aprendí de animales con la práctica y supe las maravillas de los canes. Yo intentaba amaestrar a mis pollos, pero son un poco tontos. Han aprendido a comer maíz cuando les dijo tiquití,
no he logrado más
|