Si no conoces la muerte, por qué pretendes alejarme de ella, por qué me buscas después de dejarme ir. ¿Por qué sufres mi partida si su origen fuiste tu?

Tal vez. Siempre fue un tal vez. Tal vez sí, tal vez no. Tal vez todo fuera mi culpa. Pero siempre era tu voluntad, y no cabía un tal vez para tu palabra final. Bajar la cabeza, aceptar y acatar. También tu desprecio, aceptarlo, nunca rebelarse ante tu voz, que siempre estuvo y que invadía todo hasta doblegar mis pensamientos. Hasta que me fui.

Descubrí entonces algo que era más fuerte que tu y que todo lo que había conocido. Más fuerte que tu llamado atrapante y tu empeño en mantenerme bajo tus pies. Arraigado como la muerte, de lo que no pudiste sacarme ni con tus plegarias ni tus lágrimas. Donde tu ira fue objeto de risa. Donde me enviaste luego de volver tu rostro al mío.

Porque fue entonces, al ver tus ojos que hablaban de odio mientras tu boca me gritaba amor, tu expresión calma cuando sentías desesperación, encontré en ti lo que realmente eras, un muñeco que guardaba dentro de sí a un ser extraño que no podía dominarse, que te arrastraba hacia sí mismo. Cuando vi que te habías perdido en tu propio orgullo que moraba dentro de ti, desperté de la ceguera y torné a ese abismo que no era muerte, sino renacimiento.

Y aún ahí dentro puedo escuchar tus cantos que pretenden atraparme