Me tomó entre sus manos hace ya muchos años… y sentí sus dedos fríos recorrer mi tallo. ¡Que dedos magistrales, que sonrisa de fiera callada, que angustiosa mirada de diva escondida tras una cicatriz! Su rostro me mostró el lado hermoso de lo feo, sus manos me enseñaron el cariño entre mis líneas y sus ojos cerrados lo que significa “Pasión infinita”. Vivía dedicada a mí, a mis necesidades, mis sueños, mis aspiraciones, mis deseos de fama y orgullo. Siempre fui algo arrogante, dada mi procedencia, pero sus largos dedos del color de la nieve derretida me enseñar a alzar la cabeza con humildad, con la testarudez del que sabe que sabe, pero en realidad es simple aficionado. Cuando canté la primera vez, sonrió entre asombrada, adulada y orgullosa. Le dediqué esa canción desde lo mas profundo de mi ser ahuecado y ella lo notó porque susurró un suspiro y me sentí extasiado. La amé con desesperación, no preguntes como sé lo que es amor, simplemente imaginé su sonrisa y la palabra salió flotando plácidamente de mi interior. ¡Anayla! Ese era su nombre de artista redimida entre los acordes de un rock mal afinado pero cantable y adulado. Me acariciaba con afán y yo no tardaba en responderle. Su cicatriz me acariciaba el roble de olmo amedrentado y yo aumentaba la fuera y el volumen de mi voz. Todo eso… fue hace ya mucho tiempo. Ahora ella está enferma y la miró impotente sin creer que mi amada padezca postrada. Su cabello blanco sobre la almohada y su cicatriz en forma de rayo sobre la ceja izquierda me hacen añoran y enternecerme. Y pasaré a otros dedos con su muerte… Lo sé, aunque no deseo aceptarlo. Pensaré siempre, hasta que me destruya el tiempo, que son sus brazos los que abrazan mi viejo cuerpo de Stradivarius y logran sacar la música apasionada entre mis cuerdas. |