(para mi cahorrito / música de Audioslave)
Uno
El diminuto Dante gozaba de una enorme fama entre sus hermanos, primos y amigos. Por esta razón aquel día apenas se dio inicio al cumpleaños de Camila, la vecina; comenzó a correr fuerte el rumor acerca de lo que tenía planeado para esa tarde el mismísimo acróbata extremo, como ya era mundialmente conocido por sus increíbles osadías. En el jardín infantil no existía duda alguna sobre su reconocida fama de acróbata suicida, por ejemplo en los columpios. As indiscutido del resfalín, nadie podía igualarlo cuando con su familia frecuentaban los juegos emplazados a orillas del mar. De pie, de cabeza, de guata, de espaldas, con los ojos cerrados y hasta vendados en una ocasión; el enano mutu – como solían referirse a él sus dos hermanos– era el novato extremo menor de seis años más famoso de la comarca.
Dos
Cuando aquella tarde mamá y papá lo dejaron junto a sus otros dos hermanos, en la puerta de la vecina festejada, la conmoción se haría presente entre los invitados al cumpleaños. Las razones eran variadas; en primer lugar porque tanto él, como sus hermanos, se veían hermosos con la ropa nueva que usaban, todos bañaditos, peinados y perfumados. En segundo término por el enorme coche envuelto en papel de regalo que cargaba Joaquín, el mayor de los tres. Y en último lugar porque hacía su entrada la estrella extrema de la velada, el plato de fondo o la guinda de la torta. Sin más retardo vinieron los gorritos de cartón, los antifaces y las infaltables cornetas, la solemne entrega del regalo a la festejada y el colgado de chaquetas, chalecos y abrigos, guantes, gorros y bufandas.
Tres
Con apenas cinco años de vida Dante era el rey del peligro. Desde muy niño tuvo una irresistible tendencia a soltarse de la mano de su mamá al menor descuido de ésta, y a perderse entre los pasillos de cuanto supermercado, estadio, cementerio y hospital le tocara visitar junto a sus padres, tíos y abuelos; poniendo siempre a prueba los nervios de papá. Paciente frecuente de cuanta sala de emergencia existiese; Dante llevaba una niñez caracterizada por las rodillas y codos pelados, las costras, los puntos en la frente, y por los moretones en todo su cuerpo. Por eso en casa había que esconder los fósforos, mantener todo con llave y estar permanentemente pendiente de sus pasos. Precisamente fue por esta razón (el que sus padres no estuviesen)
que pudo planificar el show sin mayores preocupaciones, a fin de cuentas mamá y papá habían llegado sólo hasta la puerta; de ahí para adentro era libre.
El escenario previsto era el patio posterior de la parcela donde se encontraba el árbol, la cama elástica y la pequeña piscina inflable. Sin embargo era aun muy temprano; previo a su presentación, estaban previstas las pichangas en la calle, la escondida con las niñas, el maratón de play station, y la piñata. Eso de soplar las velitas y cantar el cumpleaños feliz, era considerado por todos un trámite obligatorio, cursi y sin ningún brillo.
Cuatro
Tras el frenético apaleo de la piñata de bombón la chica súperpoderosa, llegaría la hora del número final. De a poco los invitados se fueron acercando al patio. Había centinelas dispuestos en cada puerta de la casa pendientes de los adultos que se aproximaban hacia el patio trasero de la casa de Camila. Lo anunciado para esa oportunidad era un salto del acróbata desde lo alto de la higuera hacia el centro de la cama elástica que daría el impulso necesario para dar dos volteretas en el aire antes de caer en la pequeña piscina de plástico.
Por más que sus hermanos no pararon de amenazarlo con acusarlo con sus padres, Dante no echaría pie atrás.
Cinco
Recostado sobre la camilla con un cuello ortopédico que le impedía respirar con normalidad, el minúsculo acróbata intentaba infructuosamente dar con el error que habría ocasionado su caída seca de cabeza al piso; sin embargo el TEC cerrado le hacía doloroso el hilvanar pensamiento alguno. Mientras mamá descompuesta y muy enojada le notificaba lo del castigo para siempre, Dante intentaba dar con la fecha del próximo cumpleaños, muy preocupado de que el siguiente nuevo patio tuviese a lo menos un árbol que le permitiera poder repetir la fallida hazaña.
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