LA HISTORIA DEL CAMALEON
La Martita saluda a gritos apenas ve la camioneta y se encamina por el barro a buscar a su hijo y su nuera. Con ellos venía también su nieta en brazos del padre. Los esperaba con papas cocidas, carne de chivo asada y chicha fuerte de manzanas. Ella apenas conocía a la nuera y se sorprendió que aquella mujer comiera siquiera en su casa. Pero no quería hacer un juicio anticipado: “Habrá que ver” pensaba. Mientras su marido, con el que se había casado sólo por la Iglesia, elegía el cordero que iban a sacrificar al día siguiente.
Cenaron casi en silencio. Buscó luego el juego de tazas nuevas que guardaba para las visitas. Sirvió leche, queso, pan de casa, chicharrones. Todos comieron. La nieta siempre en brazos del padre. Oscurecía y había que preparar las camas… Encendieron velas, cerraron la única ventana y la puerta de la cocina (siempre abiertas de día); sirvieron más chicha en vasos oscuros que guardaban en una estantería de coligüe. El dueño de casa se acomodó en su silla y empezó a recordar historias en las que los protagonistas podían ser tanto personas como animales, que para él valían lo mismo.
El mismo era casi un animal, más de alguna vez trató de abusar de las hijastras, que lo odiaban y maldecían. Su vida era de lo más cómoda: no trabajaba el campo. Sólo se reservaba la atención de su caballo y el sacrificio de los animales para el consumo de la casa. Las demás labores las dejaba a la Martita y sus hijas; que cuidaran de los sembrados de trigo y lentejas, de los chanchos, de las aves, de la huerta… El trabajo no se había hecho para él que salía cada semana al pueblo a visitar burdeles y mujeres a su antojo, donde se estaba unos tres días y volvía a la casa sin dinero, sucio, mañoso. Pero la Martita lo quería así, era su hombre como ella decía y el hijo pensaba “hasta cuándo madre”; pero “qué hacerle si su madre lo quería y estar sólo de paso, de visita, no es lo mismo que venir a hacerse cargo”…
-Martita, sirve más chicha, mira que a tu nuera le gusta, no es na’ e pituca…
Y la nuera sonreía a pesar de la repugnancia que le causaba ese hombre, al que saludaba apenas dándole la mano y sintiendo lástima por la suegra que no era fea: “la gringa pudo haberse casado con alguien más decente” pensaba, “pero aquí en el campo qué más iba a encontrar la pobre…”. Tomaba chicha para hacerse el ánimo de dormir en una cama que no era la suya, la de los dueños de casa qué, como les habían anticipado, estaba reservada para los tres. Se alegraba de la puerta cerrada, al fin los perros y los pollos se quedaban afuera.
-Martita, te acordái del finao Paillape, el que murió en la carrera?
-Fíjate bien lo que vai a contar, no me vai a espantar la nuera…
-No, si aquí estamos en confianza… En la carrera a la chilena pue. El finao Paillape, al que tu mamá le daba un plato de comida cuando pasaba a visitarla. Yo creo que se interesaba en ella…
-Córtala, te voy a dar con un palo por la cabeza; yo a toda la gente que pasa por aquí le sirvo comida, o chicha, o agua o cualquier cosa, así es en el campo. Tú te reís de los mapuches, pero tú eres más chancho. Ellos no andan na’ visitando casa de putas en el pueblo… Además son de aquí y siempre pasan a saludar a todos sus vecinos, yo les ayudo como puedo y los atiendo; si los veo más que a ti.
-Y pa’ qué quieren ir al pueblo si tienen varias mujeres… Bueno, era ese el finao pues. En las carreras se apuesta fuerte y él siempre andaba de a pichingás. Desconfiao era, no tenía mucho pero era desconfiao. Ese día apostó a la yegua del Camaleón, ese que vive con su mujer y su hermano, aunque el hermano dice que la mujer es de él…
-Si conozco a la yegua…
-Apuesto que también conocís a la Pepa... Ese día el finao andaba tentao, le apostó a la yegua del Camaleón y le dijo a la Pepa que si ganaba pescaba la plata y se la llevaba pa’ Imperial…
-La Pepa siempre arrastrando el poncho a cuanto hombre se le pone por delante; y eso que tiene mi edad.
La nuera mira con asco al “Secupao”; que así le decían al dueño de casa porque nunca hacía nada. Tomó a la hija y pidió permiso para acostarla. La cama estaba en una esquina de lo que debiera haber sido el comedor de la casa; alrededor había unos veinte sacos de trigo y más trigo amontonado en el piso. Miró la cama: arriba, a la cabecera, colgando de un clavo, había un revólver; y en la pared del frente una foto del dictador sacada de la revista Ercilla. “Menos mal no se pusieron a alegar de política, sino ya lo habría matado”.
-…la cosa es que el Camaleón se enteró y en vez de enojarse con la Pepa se le encachó al Paillape. Y el finao, aniñao, lo amenazó con un cuchillo. La Pepa tomó palco no má’.
El “Secupao” soltaba tremendas carcajadas, le borboteaba la chicha en la boca y se acomodaba a cada rato el pantalón como si se lo estuviera abrochando. La Martita estaba incómoda, servía chicha y repasaba todo el tiempo una hilacha del mantel. Mientras su hijo, que estaba acostumbrado a los cuentos del conviviente de su madre, casi se quedaba dormido.
-..el hermano del Camaleón también se fue contra el Paillape, pescó un bidón con bencina que tenía el González en su cacharro y se lo vaceó todo encima. El Camaleón tomó un palo encendido de la fogata y lo prendió. ¡Cómo gritaba el finao, se estaba quemando vivo! Corrió dando vueltas, desesperao, gritaba auxilio y nadie lo ayudó. Al final lo empujaron al estero, que se quemara o se ahogara, daba lo mismo…
Hizo un alto para tomar más chicha, tenía los ojos vidriosos y la risa más repugnante; la saliva saltaba de su boca y se chorreaba la chaqueta negra que usaba para ir al pueblo. El hijo de la Martita al fin reaccionó:
-¿Es cierto Martita? ¿Qué hicieron con el Paillape?, ¿Llegaron los pacos?
-Mandamos al González a buscar a los pacos, todos les juramos que con la curaera se calló a la fogata y que el finao desesperao se tiró al agua. Que nadie pudo ayudarlo.
-Y al final cómo murió?
-Nunca se supo si quemao o ahogao. Da lo mismo. Los pacos se lo llevaron y no hicieron más preguntas. Pasó por accidente.
-¿Pero no preguntaron nada más, ni tuvieron que ir a declarar?
-Después juimos a firmar a la comisaría, pero no preguntaron nada. A ellos puro les interesa pescar a los comunistas; ¡a esos sí que hay que darles! Si aquí hasta pillaron el sembrío de mariguana del Pedro y como él dijo que unos jutres lo habían engañado con la siembra en medias lo dejaron libre.
El ambiente se puso tenso, el “Secupao” a propósito se olvidó que la nuera de su mujer tenía ideas izquierdistas. Estaba borracho y desafiaba las recomendaciones de su mujer. La Martita mandó a los hombres a acostarse, segura de que la nuera había escuchado todo desde la otra pieza. El “Secupao” bajó los escalones que llevaban a la otra cocina; al fogón mapuche que había apegado a la casa. Afuera lloviznaba y la tierra gredosa que se adhería hasta unos cinco centímetros en los zapatos amortiguaba el agua que chorreaba del techo. La Martita, arrastrando los pies y moviendo la cabeza se fue a su cama. Su hijo le dio las buenas noches y luego miró la pálida cara de su mujer. Ella parecía dormida, pero él sabía que estaba despierta…
A las seis y algo de la mañana todos despertaron con el graznido de los gansos que buscaban comida alrededor de la casa. El desayuno con leche y queso parecía aliviar las tensiones y relajar los ánimos. Menos la nuera, estaba pálida y molesta, se sentía atacada. Desayunó en silencio apenas una taza de leche, dio leche a su hija y pidió a su marido que la llevara de vuelta a su casa. Los demás protestaron pero no había nada más que hacer. Se despidió de la Martita y luego miró al Secupao:
-Voy a vengar a todos los Paillapes del mundo, ¡juro que lo voy a hacer!
Y la suegra:
-Para qué se enoja tanto mi’jita, son cosas del campo, no haga caso.
-Con Usted no es la cosa Martita, anoche le habría disparado con su revólver, pero me arrepentí por Usted. Este hombre degenerado la humilla, la explota, la maltrata y Usted quiere que no haga caso.
El “Secupao” se hizo el humilde, que el alcohol había hablado por él. Dio unos pasos hacia atrás, resbaló en el barro de los escalones y cayó; se puso morado, no podía hablar. Cuando al fin pudo tomar aire anunció que se iba, que no lo buscaran:
-Hay más mujeres que están dispuestas a darme casa y comida, no voy a terminar mi vida con una vieja.
Tomó el caballo que no era de él sino de la Martita y se fue…
La Martita lloró mucho rato, después tomó harina y se puso a hacer pan y pidió a su hijo:
-Cuando pase por Imperial dígale a sus hermanas que ya pueden volver. Y Usted mi’jita venga cuando quiera, esta es su casa…
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