PARTE III
RESUMEN
Su máximo deseo era conocer a Nicole Kidman. Se sabía de memoria todos los parlamentos de cada una de sus películas.
Tenía claro que nunca la vería personalmente ni cruzaría una simple palabra con ella, pero el fantasear con la idea de un affaire con esa mujer estilizada, de finos rasgos, bella por donde se la mirase, colmaba sus expectativas. Además, estaba consciente de su extrema fealdad: dientes enormes y sobresalientes, rostro carcomido por la viruela, ojillos achinados y su cabello tieso e indomable a todos los artilugios capilares, simulaba una multitud de antenas apuntando en las más diversas direcciones.
La obsesión de Jonás no tenía cura. Nicole, Nicole repetía en sueños y se despertaba con el dulce sabor de aquel nombre en sus labios extremadamente gruesos.
Ensimismada en la pantalla de su computador, una bella rubia parece soñar despierta. En su excitante vida de actriz ha conocido a los más bellos ejemplares masculinos. Ha bastado que ella alzara una de sus bien delineadas cejas para que el más varonil espécimen se prosternase a sus pies.
Por el mismo expediente, esta vez bastó que Nicole Kidman moviera una ceja para que tuviera en sus manos todos los antecedentes de ese tipo que comenzaba a obsesionarla. Supo que se llamaba Jonás, que residía en un país de la América morena y que era un modesto empleado de una también modesta fábrica de lámparas.
La voz de Nicole se escuchó dulce pero resuelta cuando le dijo a su empleado –Consígueme viaje a Santiago de Chile para el Viernes.
Ese día Jonás cumplía treinta y ocho años y sus compañeros le cantaron el Happy Birthday y le regalaron un poster de la bella actriz y un video con su última película. El hombre, emocionado y al borde de las lágrimas, agradeció aquel gesto y todos sintieron que la rudeza de sus corazones esforzados se aplacaba en parte, por lo menos en ese día de tanto jolgorio.
Siempre que lo llamaban por teléfono, Guzmán, el bodeguero le decía:
-Te llama Nicole Kidman- y reprimía una carcajada. Jonás atendía con una sonrisa jugueteándole en sus labios deformados. Esta vez, el hombre se puso muy serio para anunciarle con voz algo entrecortada: -Oye, te llama una señorita que…
Cuando Jonás levantó el auricular, le pareció reconocer aquella voz tan particular. Siguió pensando que la chanza era muy buena y seguramente estaban todos involucrados en ella.
-Aló- dijo la suave, agringada y bien timbrada voz- ¿Hablo con el señor Jonás Rubio?
Era ella. Ni más ni menos que Nicole Kidman.
Por supuesto que Jonás no creyó ni una sílaba de la supuesta gringa y lanzando una risotada, dijo:
-Ya pues Jimenita, ahora imítese a la Sandra Bullock.
-What do you say?- escuchó decir con ese acento inimitable que le provocó un escalofrío que no era ni de frío ni de miedo sino más bien un delicioso cosquilleo entre sensual y misterioso. Apenas pudo articular las siguientes y breves palabras.
-¿Quién… es…usted?..
-La voz sonó dulce: Soy Nicole Kidman and tengo el vivo interés por conocerte you.
Cuando Jonás recuperó la conciencia, se vio rodeado por todos sus compañeros, quienes lo contemplaban con excesiva preocupación.
-Vaya con este amigo que casi se nos va cortado- dijo uno para distender el ambiente. Otro le alcanzó un vaso de agua y entre todos lo ayudaron a levantarse.
-¿Qué…sucedió?- preguntó Jonás con voz entrecortada.
-Nada pues Jonacito. Sólo que estaba usted hablando por teléfono y de repente se le doblaron las piernas y cayó desplomado sobre las rodillas de Guzmán. Menos mal, porque si no se da tremendo ni que costalazo.
Entonces Jonás recordó la llamada telefónica con esa voz tan dulce y reconocible y de nuevo pareció marearse. Guzmán le extendió un trozo de papel. Mire, amiguito, aquí le dejo esto que me dictó la gringuita. Es un número telefónico y la dirección de un discreto hotelito. Dijo que la llame, que ella lo va a estar esperando al teléfono.
El corazón de Jonás pareció desbocarse. Ahora estaba seguro que era ella, su adorada actriz que por algún sortilegio había acudido a visitarlo. Pero ¿Sería él capaz de presentarse frente a ella? ¡Noo! ¡Definitivamente no! Era demasiado. Ella estaba muy bien para mirarla en la pantalla, iniciar eróticos viajes de la mano de la fantasía, hacer el amor imaginario y decididamente masturbatorio con ella, palpar sus carnes firmes y abrazarla hasta despertar a la realidad brusca de las cuatro paredes, pero nooo, definitivamente no. No sería capaz.
Paredes, un consumado Don Juan, le palmoteó la espalda, le extendió un cigarrillo y pese a que Jonás no fumaba, se lo aceptó resignado.
-Yo se que lo que más anhelas en la vida es conocer en persona a la gringa. ¿No es así?
-El tipo, acojinado y sorbiendo el humo sin ningún cuidado, sólo atinó a mover su cabeza afirmativamente. Por supuesto que sus compañeros no creían que la chica del llamado fuese realmente Nicole Kidman, sino ya se habrían abalanzado en estampida en pos de tan delicioso bocado. Aún así, Paredes le aconsejó que antes de acudir a la cita, recompusiera su imagen y -por supuesto- que agasajara a la dama con un ramo de rosas blancas, ya que eso las enternecía en extremo. Después de eso quedan a merced suya, compadrito y lo que venga más adelante se lo dejo a su imaginación. Al escuchar esto, Jonás sufrió una crisis de tos, agravada por el humo del cigarrillo que había inspirado indiscriminadamente.
Por supuesto que Jonás se envalentonó y se dijo cien veces: -acudiré a verla, acudiré a verla, acudiré a verla. Cuando tomó el auricular y marcó el número anotado en el papel, su corazón latía casi con normalidad, pero bastó que la voz aquella dijera simplemente: -Aló?- para que la sangre se alborotara dentro de su cuerpo.
-Eres you, dear Jonás?-Preguntó la muñeca en su enrevesado castellano y el cielo entero, con ángeles y deidades incluidos, se desplomó sobre la cabeza abismada de Jonás. Al contestar: si- un concierto de entonados pajarillos arrulló una dulce melodía que se filtró por sus venas para transformar aquel instante en el más sublime que haya alguna vez vivido.
-Si, soy yo. ¿Tu eres quien pienso que eres?- preguntó con voz extremadamente temblorosa.
-Yes, my love, soy yo, the true Nicole Kidman. Cuándo nos vemos, dear?
Jonás tragó saliva antes de contestar. Primero debía pensar en acicalarse, cambiarse ropa, estar más presentable para la belleza que seguramente le aguardaba vestida de sueños.
-¿Qué te parece que nos veamos esta tarde a las siete?- contestó al fin, con una seguridad que a él mismo le provocó cierto sobresalto.
-Wonderfull, my love!!! I wait for you…
Engominó sus cabellos y Benja, un amigo suyo que tenía su misma talla, le prestó un elegante terno que sólo usaba para los casamientos o velorios, que en el fondo venían a ser la misma cosa. Ya completada su indumentaria con una elegante camisa blanca y una corbata azul piedra que engalanó con un prendedor de oro con forma de espada, se miró al espejo y le costó reconocerse, no porque estuviese más lindo sino porque se veía muy chic. Benja soltó la carcajada al verlo tan compuesto y le dijo: -Estás más elegante que la yegua del cura. Ni que te fueras a encontrar con alguien de la realeza.
En realidad, su amigo tenía razón ya que Nicole pertenecía a la realeza del cine.
Cuando ingresó al pequeño hotel preguntó por Marjorie Hudson, nombre con el cual se había registrado la beldad para evitar el acoso de la prensa. El empleado revisó su libro y le indicó la habitación 303. –Ella lo está esperando, señor Jonás Rubio ¿No?
-S…si…
-Pase usted por favor, este joven lo conducirá a la habitación de la señorita Hudson.
Mientras subían al ascensor, el corazón de Jonás comenzó a tamborear una música destemplada, tribal, inaudita. Al llegar al piso tercero, sus piernas temblaban de tal forma que le costaba mantenerse en pie. Y cuando, después de tocar el timbre, la puerta comenzó a abrirse, sintió que agonizaba y todo lo vio envuelto en una bruma verdosa que le pareció un efecto especial muy a propósito para esa increíble película que comenzaba a protagonizar…
(Continuará)
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