Hacía meses que no la veía.
Recuerdo cuando la tuve que perseguir, sin resultados, una tarde entera. Tal era mi obsesión.
Soñaba con ella, su cuerpo amorfo era mi mayor pesadilla. No quería volver a verla nunca más, pero, a la vez, necesitaba encontrarla, tenía que verla.
Era para mí como una tarea inconclusa, de hecho lo era. Cuando no era en el sueño, era la causa del insomnio.
Este amor-odio me destruía la mente, me hacía vomitar, me estremecía entera. Pensaba en qué momento aparecería, con sus asquerosas uñas a rasgarme la piel, a chuparme la sangre...
La buscaba, la busqué infructuosamente durante mucho tiempo, hasta que la olvidé. Así no más, se me salió de la cabeza, de la guata y se me acabó el miedo.
Viví tranquila varios días hasta que... ahí estaba la maldita, horrible, gigantesca, negra descansando de quizá qué pavoroso asesinato, en medio de su telaraña.
Tomé la escoba y la maté.
Marita
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