ASPIRANTES A ALMA.
Las últimas investigaciones genéticas han demostrado que el Chimpancé el gracioso primate sin cola, intimo amigo y compañero inseparable de Tarzán y Jane, comparte el 95% de sus genes con los del ser humano, y lo más sorprendente, aunque en su estado natural todavía viva en los árboles, está mucho mas cerca, genéticamente hablando, del hombre, que de los demás primates que habitan las pocas selvas que todavía existen en nuestro desarborizado planeta. También está plenamente demostrado que no solo intuitivamente, el Chimpancé y otros muchos animales, como orangutanes, pájaros, cerdos, delfines, y ratones, son capaces de resolver problemas y utilizar herramientas en su beneficio, en consecuencia, en detrimento a la exclusividad que la Iglesia Católica quizás un poco alegremente le atribuyó al hombre, también deben ser clasificados como seres inteligentes.
El varón caucásico o indoeuropeo, en el transcurso de la historia se ha distinguido por su egoísmo y discriminación con los demás miembros de su especie, y no me estoy refiriendo a la esclavitud, ni el tiempo que se tomaron los afro americanos en poder sentarse en la silla que se les antojara en un autobús o asistir a los mismos colegios y universidades de sus “hermanos” blancos; me refiero a algo mucho mas espiritual, mas etéreo, al status o categoría que nos iguala a los justos ojos de Dios, al Alma, esa esencia metafísica del ser humano que constituye el “soplo espiritual” que activa la vida del hombre.
Ese Alma, que de ahora en adelante siempre escribiré con mayúscula, y que actualmente todos por derecho propio disponemos de una, no siempre fue de libre adquisición para la totalidad del género humano.
Solo hasta el año 1.250 el Papa Celestino V, el que pasó a la historia por haber organizado la orden de los Celestinos, mediante bula pontificia oficializó ante los ojos del mundo que las mujeres también tenían alma y por ende al morir podrían ir la cielo, o al infierno, dependiendo de su comportamiento en la tierra.
Poco mas de 300 años después, Julio II, el Pontífice que le tocó clausular el famoso Concilio de Trento, le concedió el mismo status a los aborígenes de América; antes de lo cual eran considerados por nuestra madre iglesia poco menos que animales salvajes y exhibidos desnudos en las cortes españolas.
Aunque el tema del artículo es la parte espiritual, y lo que tiene que ver con la forma en que se fue dosificando por las elites en el transcurso de la historia, vale la pena destacar para conocimiento de las presentes generaciones, que en nuestro patio, en nuestra querida Latinoamérica, cuna de insignes librepensadores, solo hasta mediados del siglo XX, nuestros gobiernos, democráticos o no, se dignaron a igualar mujeres y hombres en lo que a derechos ciudadanos se refiere, muchas años pasaron en nuestros países, para que luego de independizados de la corona Española, nuestros ilustres legisladores oficializaran la expedición de la Cédula de Ciudadanía a la mujer y la sacara del limbo político en que se encontraba.
En ese orden de concesiones, o más bien de correcciones, se me ocurre que en base a los conocimientos científicos actuales estamos en mora de iniciar una lista de los futuros aspirantes a Alma, encabezada por nuestro primo hermano el Chimpancé.
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