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Aquel sótano de vidrios plomizos olía a vejez. Llegué a él por una venta anual de libros de segunda. Había largas mesas y encima libros y libros. Hasta mis manos llegaron unas hojas sueltas y por reflejo empecé a leer. Hablaba de amor y me interesó, pues atravesaba por una viudez que mitigaba con prolongadas caminatas. Seguí y no pude evitar decírmelo en voz alta:

“Llegué un día de invierno y pasamos tiempos finitos platicando sin llegar al cansancio. Fue tal nuestro afecto, que se convirtió en rutina, si no aparecías, me preguntaba: ¿le habrá pasado algo? Nos conocimos tan a fondo que parecíamos dedos de la misma mano. Un día me invitaste a tu casa. Después del viaje, me instalé en tu hogar, al lado de la familia. Nuestras vidas se hicieron reales, caminamos por las calles, fuimos a reuniones sociales, por la noche alargábamos el tiempo. En la mañana, cuando ellos dormían, hacíamos el desayuno, como dos conocidos de hace años. Tú en pijama yo en camiseta. Una noche, nos acostamos y la vida nos hizo vivir lo que nunca sucedió en los sueños. Regresé y meses después llegaste tú. Dejé todo por estar a tu lado. Entre paisajes nos unimos y sobre la arena, el mar y la sábana dejamos de ser dos. Hoy no estás, y tú evitas cualquier roce que tenga que ver con el galope de nuestros corazones. Yo callo, comprendo que nada bien nos hace seguir montados en un viento que no existe, sin embargo, el recuerdo se vuelve faro y me ilumina para seguir con la vida. Estoy dispuesto a no verter una palabra que nos relacione como una persona. Pero una parte de mí quedará en el sótano, cuando en la próxima cita, al transitar por la plaza central, bajo la sombra de los pinos, la penumbra cubra mi dolor, mientras sonrío por el gusto de verte nuevamente”.

Con insistencia rebusqué en el tiradero de libros, el completo de aquellas memorias, pero no encontré el resto. Decepcionado me retiré. ¡Ah el parque!, ¡los árboles! Y sobre la parte más frondosa, una mujer de botas, pantalones y pequeños aretes colisionó conmigo. Ella ruborizada, se disculpó y siguió su carrera para reunirse con sus hijos.
Yo cerré los ojos y la vi perderse entre el gentío.

Texto agregado el 05-05-2005, y leído por 700 visitantes. (18 votos)


Lectores Opinan
18-12-2005 Rubén, pareciera que esas hojas las escribí yo y se me escaparon algún día de las manos para llegar a las tuyas...Mis besos estrellados. ctapdb
19-07-2005 una hermosa historia encontrada al rastrear libros ya leidos por otros, un lenguaje fluido, suave, impregnador de esa cosa que hace falta a veces, llega la historia, lastima que solo hubiese sola esa parte *-**** curiche
08-07-2005 Excelente descripciones de lugares y hechos, me gustó. fabiangs
28-06-2005 Somos románticos, pero no hay que abusar. Ese quejoso lamento no alcanza a conmover... jmaalb
17-06-2005 ***** Impecable. peinpot
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