Hemingway nunca pasa de moda. Así que, la primera lección es comenzar con una frase potente. Novedosa. Fuerte. Sobre todo, corta. A pesar de las opiniones de los clásicos como Edgar Allan Poe, hablar de algo conocido por todos, vivido, revivido, plenamente recordado, por su propia experiencia o por comprensión inmóvil del fugaz chismorreo que tanto nos gusta. “Me sentí identificado” o “un amigo me contó que a alguien le había sucedido” son los típicos comentarios de la gente que ignora tu técnica, pero le gustan tus temas. Hay que golpear el teclado con la plena conciencia de que no queda nada por inventar, la única salida es caracterizar lo repetido con tinta propia. Leer a los grandes y a los noveles desconocidos. Impregnarse de lo mejor y lo peor de cada uno de ellos, pero no dejarse manipular por los colosales talentos. Evitar, a toda costa, los consejos de quienes se creen expertos. Cada quien tiene su propio estilo, debe encontrarlo, explotarlo y perfeccionarlo. Hay público para todo y para todos. Escribir a diario y guardar celosamente cada producto, por más desechable que parezca. No levantarse hasta terminar la historia. Escribir en una sola vuelta la columna vertebral del relato es fundamental. Luego, enterrarlo. Mucho tiempo después, redescubrirlo, releerlo y mejorarlo. Los detalles se van agregando cuando te sumerjas, nuevamente, en aquel momento preciso en el que se te ocurrió la primera idea. Nunca describir a los personajes antes de darle vuelo, dejarte llevar por aquellos fantasmas anónimos es la mejor manera de hacerlos creíbles, darles vida propia. Aunque Horacio Quiroga nos dejara como legado tener pleno conocimiento del final de la historia antes de comenzarla, es tarea obligada dejarnos dominar por los personajes, por sus instintos, por sus reacciones. Los acontecimientos van apareciendo por ósmosis, mientras vas construyendo a tus protagonistas. Parecerá una locura, pero es un gran ejercicio para mantener la sanidad mental. Porque, a pesar de ser un oficio como cualquier otro, una fuente de trabajo productiva, el empeño por escribir es la mejor medicina para escapar de la pérdida de la razón. La mayoría de nosotros, los que nos dedicamos a esto, estamos completamente locos. Para qué engañarnos. Dándole continuidad a las lecciones prácticas para el arte de escribir, hay que ejercitar hasta el cansancio a través de un personaje del sexo contrario. Para los hombres narrar a través de una mujer y viceversa, es una manera muy útil de ampliar sus perspectivas, su uso del lenguaje, su dominio de los puntos de vista. Experimentar con ese crossover. Ante el diálogo, inspirarte en ti mismo, escribir tal como surgen tus pensamientos, hablar con ese idioma que fluye en tu conciencia, en cualquier época de tu historia. Escribir a solas, apartado del mundo, pero estar preparado para hacerlo rodeado de gente. Mantener la concentración a tal punto que nadie pueda violar tu espacio de creación. Cuando te atrape una idea, debes desarrollarla sin importar el lugar donde te encuentres. Cargar lápiz y papel siempre. Siempre. Por siempre. Jamás salgas de casa con las manos vacías, el cliché de “¡Qué buena idea! Cuando regrese la escribo” es mentira. Jamás podrás repetirlo como la primera vez, es asesinar tu potencial obra maestra antes de nacer. Porque el arte de la escritura es plasmar en papel el fluir de conciencia. La inspiración es traicionera, infiel, promiscua, indomable. Va y viene cuando menos se le espera, pero nunca acude a tus llamados. Buscarla es inútil. Debes esperar a que venga por cuenta propia. Para ello, tienes que estar preparado y recibirla con los brazos abiertos. No elegimos los temas, ellos nos escogen a nosotros. No hay libertad, somos prisioneros de nuestro propio talento, de nuestros personajes, de nuestras historias y de nuestras ideas. Hablar con propiedad es básico, como si tú mismo lo hubieses vivido. Y aunque a primera vista tu historia carezca de los fundamentos propios de la literatura, enfocarte en ella con tanta convicción que la conviertas en algo publicable. Insisto, hay público para todo y para todos. Utilizar a tu antojo los signos de puntuación. Olvida lo que te enseñó tu maestra de segundo grado sobre los puntos y las comas. Divaga y juega con ellos. Lo primordial es darle ritmo a tu escritura. Bailar cuando escribas para que se sumen contigo a la pista quienes te leen. No escribimos para los críticos o los criticones, sino para la gente que disfruta de la lectura. Escribimos también para nosotros mismos. Releer algo de tu autoría, sonreír en secreto y pensar, más allá de las falsas modestias, “¡Mierda! Esto me quedó excelente” es un síntoma bastante confiable de que ese texto le gustará, al menos, a alguien. Y con eso, has cumplido tu misión, llegarle a una persona de millones. Si practicas hasta el cansancio, lees hasta quedar ciego y crees en ti a pesar de lo que opine el resto, no le llegarás a uno sino a cientos, incluso a miles o millones. Y cuando te sientas desanimado, cuando creas que te equivocaste de camino, recuerda que Paulo Coelho, con toda su basura de autoayuda, es uno de los escritores más leídos de todos los tiempos. Si él lo logró, cualquiera puede hacerlo. |