Todos los martes, puntualmente a las cinco de la tarde y según lo indica una ancestral y popular costumbre, en el reino de Monthbus fusilan a los disidentes. Los gobernantes del lugar (una isla desdibujada en el mar profundo) no son militares ni salvajes, y ni siquiera existen fuerzas revolucionarias que los atormenten. Los ciudadanos de buen talante, como suelen autodefinirse, han inculcado generación tras generación la necesidad social de eliminar lisa y llanamente las disidencias. Por eso es que el pueblo raso y los gobiernos que se adjudican su representación, cumplen a rajatabla el mandato de la tradición. No hay en Monthbus, los martes, otro ritual posible y aceptable que no sea el fusilamiento. Y más aún, no puede no haber fusilamientos los martes a las cinco de la tarde. De acuerdo al Código de Tratamiento de las Disidencias, recae en los medios de comunicación de la isla – cuyos propietarios son los ciudadanos de buen talante – la selección de los disidentes que cada martes crujen en la arena de la playa central agujereados por el fuego. El criterio para padecer la selección es sencillo: sólo hay que disentir con algo. Semana tras semana, los propios medios y los gobernantes acuerdan un determinado tema y, por supuesto, coinciden en sus apreciaciones. A partir de ese momento, todo aquel que expresa públicamente otro punto de vista, se postula involuntariamente como próximo fusilado. Ante la circunstancia de que nadie, como ocurre con frecuencia, alce la voz del desacuerdo, el gobierno se atribuye el derecho de hurgar en la privacidad de las gentes hasta encontrar por fin una maldita disidencia. En la ceremonia del fusilamiento, nunca faltan los auspicios publicitarios de la compañía telefónica y las señoras del club que cantan alabanzas por la paz conseguida. Los niños toman refrescos y son aleccionados a fuerza de naturalizar los sangrientos acontecimientos. Investigadores infiltrados y disfrazados de coincidentes, dicen que en Monthbus se están olvidando las palabras. La belleza y el poder de algunas frases de antaño, son recuerdos impronunciables que se diluyen en la chata y homogénea felicidad de la isla. |