Su cuerpo había sido utilizado de cenicero en sus primeros años de vida. La separaron de sus padres. Cuando tenia siete años fue adoptada. Al alcanzar la adolescencia su carácter cambio. Sus contestaciones eran agresivas. No obedecía. Se burlaba y se peleaba con sus compañeros de clase. En esa etapa, Carla rechazaba toda clase de cariños. Estaba enfadada con su madre, su padre y el mundo. En su afán de conquista, un día se fue de casa. Marchó en busca de justicia.
A la edad de veinte años vagabundeaba en harapos. Se prostituia para comprar alcohol, y le robaba los mendrugos de pan a las viejitas que con tanto esmero guardaban para las palomas. Carla se subía a los tejados, a los árboles. Conocía cada rincón en las alturas donde las aves anidan. Les robaba los huevos. Se subió un día al campanario, resbaló y cayo. Quedo con la mirada fija al cielo. No se podía mover. Se la llevaron al hospital y desde allí localizaron a su familia.
Cada vez que su padre entraba a verla, Carla se cagaba y meaba. Al entrar su madre la reñía, y a Carla le caía una lágrima… El médico llamo a los padres, les dijo que le daban el alta. Al llegar a la casa, Carla vio su habitación, estaba igual que cinco años atrás. Después de acomodarla, su madre se fue a comprar.
Su padre entró y la destapó. Se bajo el pantalón. Le saco la parte de abajo del pijama a Carla y…
Quedo muerto.
Carla se había vuelto a ensuciar. Cuando llego su madre, se tapo la boca y con su rostro descompuesto, llorando retiro el cuerpo de encima de Carla. Miro a su hija, la limpio, le seco las lágrimas y le beso la frente.
El médico diagnóstico ataque de corazón. La justicia había encontrado a Carla.