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Inicio / Cuenteros Locales / PinkFloyd / ¿IGNORANTE YO?

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Definitivamente creía aún en aquellos viejos cantos gregorianos que escuché esa vez. Entendía bien que al servirle ostras a un funcionario de la UcEdE, el mismo me diga: “Compañero, ¿me aconsejaría un buen vino para acompañar este fabuloso plato?…”. El que no entendía era él. Claro, solo a mí se me ocurre decirle a un conservador que no me diga compañero. Una locura, porque al instante con su mano llena de oro y protectores me hace la seña del partido socialista. Mi voz le señala que no la iba con el partido socialista, por el contrario, le menciono que políticamente soy independiente…
Ese hombre no volvió a dirigirme la palabra durante el resto de la noche, había matado en él todo argumento oligárquico. Por supuesto, esa clase de funcionarios tienen en mente para con nosotros una ecuación perfecta: Somos laburantes, somos Peronistas…
Soy la inyección justa para los no pensadores de los escritos, decían de mí por ahí, mientras mis manos llenas de grasa forzaban a toda velocidad sus tendones para desajustar los bulones oxidados de un carburador. Y sí, son sonidos, qué se le va a hacer, nos viven indicando (de alguna manera), que ya no los utilicemos. Es como pagar una deuda de angustia con un pagaré.
Igualmente, apreció Ernesto, traía en su bolsillo un libro de un escritor raro. ¿Galeano era? No me acuerdo bien, pero lo que sí recuerdo es que su angustiosa barbilla mostraba los golpes de una vida aburrida, de una mente bien leída por nosotros, de una mirada perdida y de una cosa no atractiva para mí. Esa cosa eran sus historias. No hay nada más odioso para un alma furtiva que un historiador fantasioso, egoísta y exagerado. Ya no lo soportaba más.
Pasaba que Ernesto trataba de hacer suyas historias que no le pertenecían, mas aún, creo que una vez me habló de una chica argentina y bibliotecaria que se llamaba Gloria, mujer fría e inteligente que sólo logró enamorarlo con su conocimiento. Pero la gota que rebalsó mi cráter fue cuando me contó que su mejor amigo vivía en Francia, que su nombre era Horacio, que era un súper genio de la intelectualidad y que estaba hundiendo con su orgullo a una uruguayita que se hacía llama la Maga…
¿Tan pelotudo resultaba ser para Ernesto? Porque con sus historias, además de tarado, me hacía sentir un ignorante nato. Pero ya no me hacía problemas, por que Ernesto comenzó a darme lástima, a tal punto que yo trataba de engañarme creyendo sus historias. Tal vez un día de estos, cuando me cuente una historia propia, yo escriba un libro, y cuando se publique me río en su cara y punto…
Así es como comencé a ver con agrado mi vida, yo tengo historias para contar, escribir y cantar, soy un buen ejemplar de la raza humana no reconocida. ¡Y me hace tan bien saberlo!

Texto agregado el 05-05-2005, y leído por 169 visitantes. (4 votos)


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