Cuando te toco, pienso. Imagino tantos niños con tu rostro, con el mío. Recuerdo cuántos hombres recorrieron tu cuerpo, mucho antes que mis dedos errantes y reprimidos. Te acaricio. Pienso. Cuántas veces habrás repetido estos mismos gemidos. Sin embargo, te toco. Aunque piense, disfruto cada centímetro, cada rincón, cada recoveco. Me deleito con tu dulce saliva. Miel enfermiza. Ternura nociva. Pienso y vuelvo a caer. Rememoro cientos de sudores que empaparon tu piel carcomida. Eres mía. No lo eres. Has sido de tantos otros. Propiedad irrumpida. Colores desteñidos. Aromas caducados. Sin embargo, te sigo tocando. Tanto daño. Cuando regreso a casa, solitario, arrepentido, sigo pensando y te extraño ¿Por qué llegaste tan tarde? Pregunta Adela. Pero no dejo de repasar la imagen de aquel viejo que tocó tu puerta cuando murió nuestra hora. Vístete rápido. Sigo esperando el beso de despedida. Has sido de tantos, has sido mía. A pesar de ello, te seguiré tocando. Mal necesario. Práctica adictiva que me desgasta. Porque te sigo pensando.
Los niños bajan del auto. Cargados de libros, de sueños, de creyones. Te quiero papá, dice Mariela. Contraste bendito con el silencio de Carlos, ocupado de fantasmas y gritos. Rumbo a la oficina, me doy una vuelta por tu casa. Mi casa, la casa de tantos. Lugar de encuentro de almas desesperadas, de billetes arrugados, de alientos alcohólicos, de muertas conciencias. Te pienso y siento que te estoy tocando. Volverá a llegar mi hora, el próximo viernes, como siempre. Mientras tanto, sigo imaginando tantos niños que no serán nuestros. Detalles domésticos inalcanzables. Afectos comprados. Esperanzas baldías. Cuerpos resucitados con una caricia. Si supieras que cuando te toco me devuelves la vida. Que cuando te pienso y pienso en tantos otros que también te piensan, sumo otra muerte a mi pobre existencia. Eres mía, no lo eres, lo seguirás siendo cada viernes de nueve a diez ¿Por qué llegaste tan tarde? Seguirá preguntando Adela, en perfecta coordinación con mis pesares, con el sabor de tu dulce saliva, de tu miel enfermiza, de tu cuerpo desgastado, de tu ternura nociva. |