Recientemente apareció en prensa la noticia de que ciertos concejales de cierto partido político se negaban a oficiar los matrimonios entre parejas homosexuales por “problemas de conciencia”, incumpliendo de esta manera la ley recientemente aprobada por el Parlamento.
No estoy en contra de los problemas de conciencia de nadie. Es más, me alegro de que aún exista la conciencia. A cada cual le puede escocer la suya con lo que le dé la gana. Al Papa puede darle retortijones la idea de imaginar una pareja retozando únicamente por placer, sin el ánimo de procrear y utilizando un condón. A otros les puede quitar el sueño el despilfarro del más caro despliegue de medios informativos en lo que va de siglo, a excepción de las mediáticas guerras, para retransmitir la agonía, muerte y sustitución del mismo Papa. Afortunadamente también existe otro tipo de personas, como María Guilherme cuya conciencia se revuelve ante otro tipo de cosas.
La conciencia es un singular del que se desconoce el plural, decía Schrödinger. Es personal e intransferible. Intransferible excepto en ciertos clones políticos que se empeñan en esconder sus verdaderos intereses detrás de sus “problemas de conciencia”. Así que digo yo, desde el más absoluto respeto a sus valores y principios, que si realmente para su conciencia casar a dos personas del mismo sexo resulta equivalente a casar a una persona con una gallina (literal), pues entiendo que estas personas no están capacitadas para ejercer la función pública para la que han sido elegidos, que no es otra que cumplir y hacer cumplir la ley con eficacia y honestidad, por lo que lo más honesto sería que cediesen su cargo a otros que puedan desempeñarlo.
Se me ocurren, siguiendo la misma lógica, otras situaciones que podrían darse si los “problemas de conciencia” se generalizaran tan inconscientemente:
* Los gasolineros se negarán a poner combustible en nuestros coches, concienciados por el efecto invernadero, la invasión de Irak y el poder acumulado de las multinacionales petrolíferas.
* Los farmacéuticos se negarán a vender preservativos, por sus problemas de conciencia dirigidos por la Iglesia Católica.
* Los fruteros no venderán sus mercancías, afectados por lo que supone la introducción de alimentos transgénicos en la cadena alimentaria.
* Los empleados de los Mc Donalds sólo venderán hamburguesas de apio, concienciados con el imparable incremento de la obesidad infantil.
* Los maestros dejarán de dar clases, porque su conciencia no les permite hacerlo mientras haya cientos de millones de niños en el mundo sin posibilidad de acceso a la enseñanza.
* Seremos todos vegetarianos, por nuestros problemas de conciencia al asesinar a otros seres vivos para sobrevivir.
* Los policías no llevarán armas, porque su conciencia no les permite usarlas.
* Los jueces no ejercerán su ministerio público, porque su conciencia les dice que ningún ser humano puede juzgar a otro.
* Internet dejará de funcionar, porque es el mayor foco de pornografía y piratería de la historia de la humanidad.
* No existirán nuevas generaciones de medicamentos, porque la conciencia no nos permite probarlos en animales.
* ... ad libitum
El ser humano se distingue de los demás seres vivos por tener conciencia, nos decían en el colegio. Y el ser moderno parece que se distingue del ser humano en poder controlar la conciencia a voluntad.
Hace unos días paseaba por la principal avenida comercial de Frankfurt. La conciencia de los miles de ciudadanos que circulan por ella ha sido educada para no percatarse del sinnúmero de homeless que buscan un buen lugar para mendigar en tan concurrido lugar. ¿Quién mira a los ojos a un mendigo? A la conciencia colectiva no le supone mayor problema el obviar esos lunares de pobreza junto a tiendas de Armani. Sin embargo aquel día, unos enfermeros metían el cuerpo de un mendigo muerto en una bolsa de plástico y lo subían esforzados a la ambulancia que cortaba la calle peatonal. Cientos de personas contemplaban minuciosamente la operación, y es que si hay espectáculo, se puede mirar a un mendigo. Sin problemas de conciencia, el mendigo recibió en muerte todas las miradas que en vida le fueron negadas.
Tenía la conciencia limpia; no la usaba nunca.
Stanislaw Jercy Lec |