Mi extraña soledad.
Es curioso, pero aunque quisiera sería incapaz de poner una fecha exacta de cuando empezó a ocurrir todo esto. Ya, hasta mis propios recuerdos están escapando.
Ah, si, ¡ ya lo tengo!
Todo empezó con Tomás el carnicero. Ahora lo recuerdo bien. Me acaba de tocar la tanda.
-¿Que va a ser?- Preguntó Tomás.
-Pués me pondrás cinco chuletitas de buey, y medio conejo, pero tienes que partirlo…
Me dejó a medio encargar el pedido. Sin decir nada, Tomás se quitó el delantal y el gorro, los dejó encima del mostrador y se marchó.
-Algo le habrá pasado.
- Seguro que se acaba de acordar de algo.
-Que maleducado, al menos podría haber dicho el que.
Murmuraba la clientela en la tienda.
Al cabo de cinco minutos, le vimos aparecer otra vez al otro lado de la calle. Llevaba sombrero, abrigo y dos maletas. Ni tan siquiera nos dijo nada o nos miró, continuó caminando con la mirada fija en el horizonte hasta que se perdió por la calle. Según averigüé días más tarde había cogido un tren a Barcelona.
Pero Tomás no tuvo mucho tiempo para ser la comidilla del pueblo, pues apenas a los pocos días, Doña Virtudes, la profesora de danza y música del pueblo, también se marchó igual que lo hizo Tomás. Estaba dando una clase y en medio de la misma, ¡zas!, se levantó, hizo las maletas y se largó. En apenas unos días, las calles del pueblo se fueron llenando de más y más gentes con maletas que se dirigían a la estación a tomar el primer tren que encontraban.
Rápidamente, los últimos en quedar en aquel pueblo fantasma fuimos el doctor y yo. Tratamos de buscar alguna explicación a aquel hecho, al porqué de aquel extraño comportamiento, aquellas ansias por dejarlo todo y marcharse. El doctor aquel día llegó a su propia conclusión.
-Me largo- Dijo.
Y así me quedé solo en este pueblo. Por algún extraño motivo, a la misma vez que existía algo que empujaba a la gente a marcharse de aquel lugar, a mi me sucedía exactamente todo lo contrario, no quería abandonar este pueblo, no podía y no puedo.
Se puede decir que ya me he acostumbrado a vivir y tener todo el pueblo para mi sólo, pero recientemente he notado unos sucesos que me han hecho preocupar nuevamente. Me di cuenta el otro día, al pasar por delante de la iglesia, al mirar la hora en el campanario noté que algo rao pasaba, que faltaba algo. ¡Faltaban las once!. Empecé entonces a mirar meticulosamente a mi alrededor y descubrí como todo aquel tiempo, de una manera imperceptible pero continua han empezado a desaparecer también las cosas poco a poco: han desaparecido algunas estatuas, algunas baldosas de las aceras, algunas rayas de los pasos cebras… No se como acabará esto cuando todo desaparezca y solamente quede yo, quizás yo también desapareceré. Lo que está claro, es que hoy he vuelto a mirar el reloj del campanario y todas las horas habían desaparecido excepto la una, dentro de poco, quizás mañana, cuando vuelva a mirar al campanario ni tan siquiera podré decir que estoy más sólo que la una.
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