Si no perdonara a mi padre sabe, pasarían siniestros los años. Estaría sentado en alguna vieja plaza, recordando los escándalos, las borracheras, rememorando los miedos y sin embargo, ofrendaría mi cabeza por abarcarlo una vez más
Habría entonces de convertirme en hipócrita. Un cobarde más que valoró después de la ausencia definitiva de las cosas.
Sin duda pensaría con más calma en los dolores que llevó a cuestas, después que mi madre lo dejó un 13 de Mayo, pudriéndose entre un otoño negro e implacable.
Tal vez con los años sentiría un odio oscuro ante su cobardía, recriminándole hasta mi lecho de muerte no haber levantado la vista, para tomar las armas y el tesón de la lucha. Porque yo soy un terrible en mis batallas, lamentaría una y otra vez su falta de ira, para superar los infiernos respectivos. Y entonces, cuando mis huesos se sintieran cansados y mi carne ya gastada en una súplica decidiera detenerse para siempre, sin duda también sabría perdonarlo.
Usted mueve la cabeza y piensa que todo esto fue un absurdo, una equivocación cruenta, pero a decir verdad, el destino es inflexible y sabio en sus obras.
Ayer, en la visita (luego de meses sin verlo), era otra su mirada. Una mezcla de gratitudes y orgullo le limpiaba los ojos y las mejillas. Lucia honorable, recto y humilde como un valiente. Me comentó que no ha bebido ni ha fumado nada, desde que caí. Quién lo iba imaginar, 8 meses limpio. Me dijo que mis hermanas crecen bien. Que ha recuperado sus abrazos, que la mayor ha parido un hijo hermoso que ilumina la vieja casa.
Qué más puedo pedir mi cabo, todo ha sucedido según lo previsto.
Cómo olvidar sus gritos descabellados y las injurias que les profirió a esos sujetos aquella tarde de abril, mientras paseábamos con las pequeñas por el parque.
Es verdad, maté a esos 2 hombres. Con estas manos arranque sus ojos y salté sobre sus cabezas hasta despedazarlas. ¿Si me arrepiento? ¡De ninguna manera, mi cabo! Qué clase de hombre no defiende su sangre
Ayer en la visita, me imploró entre sollozos que lo perdonara, y mientras tocaba sus manos ásperas y duras de tantos años de trabajo agrio y desesperanzas, le dije que cómo no habría de hacerlo, le expliqué que estaba libre de culpas y aproveché de canonizarlo en nombre de los árboles. Él, sonrió satisfecho, se envainó los mocos y me besó las manos como si fuesen santas
La verdad es que su alma me pertenece, se la retengo a cambio de los ímpetus que han nacido en él como una guerra.
Qué son 15 años comparado al regalo de verlo firme y con un propósito, mi cabo.
Esto será sólo un largo sueño, del cual despertaré una tarde cualquiera de abril o septiembre, y ahí estarán mis pequeñas para danzarme sobre las sienes, y aliviarme de los espantos.
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