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Era una noche clara, con una enorme luna llena brillando en el cielo plagado de estrellas que Edeldin observaba reflejándose en el lago. A la luz de la luna el pequeño lago parecía hecho de plata fundida, y cada rayo de luna arrancaba destellos del agua. Edeldin tiro una piedra mas al agua, y las ondas se esparcieron por esta deformando la imagen del cielo que reflejaban instantes antes. En ese momento sintió que alguien ponía suavemente la mano sobre su hombro

- Edeldin- dijo la elfa con una sonrisa en los labios
- Yerandra, creí que ya no vendrías
- Lo siento, hoy no me fue fácil escabullirme de palacio- respondió Yerandra, y su mirada se turbo por un momento- Pero lo importante es que al final lo he conseguido ¿No?- dijo mientras se acercaba y se colgaba de su cuello
- Supongo...
- ¡Mira! ¡Una estrella fugaz!- Edeldin se giró a tiempo de ver como se apagaba el fulgor de la estrella- Dicen que es un símbolo de buen augurio... que tontería ¿no? Y los dos se echaron a reír antes de que sus labios se unieran en un acalorado beso.


Edeldin se despertó cuando alguien golpeo bruscamente la puerta de su habitación, y echó un vistazo por la ventana. Aun no había amanecido ¿quien podía ser a aquellas horas? Se incorporo con gran esfuerzo y bostezo, pues no habían pasado mas de tres horas desde su encuentro con la princesa Yerandra. Lentamente salió de la cama y se vistió con lo primero que encontró a mano. Quien fuera que estuviera fuera volvió a golpear la puerta con fuerza.

- ¡Ya va!- respondió Edeldin malhumorado mientras acababa de vestirse y guardaba una daga bajo la manga- costumbre que le salvara la vida en el pasado
El semielfo se acercó hasta la puerta y la abrió con cautela. Frente a el encontró un uniformado miembro de la guardia real, un guardia de palacio a deducir de su indumentaria.
- ¿Capitan Edeldin Turambar?- dijo el guardia con desgana, como si estuviera aburrido de repetir la misma frase
- ¿Que ocurre?
- Debe de acudir de inmediato al cuartel
- ¿Qué es lo que sucede?
- El general Ochan a de dar un mensaje a sus oficiales. Se le espera en el cuartel general dentro de media hora- dijo el elfo sin ningún énfasis, y ,acto seguido, se dio media vuelta y se alejo a paso apurado hacia el palacio

Poco después Edeldin cruzaba las puertas del antiquísimo cuartel. Todos los oficiales habían sido reunidos, y las noticias que recibieron no fueron buenas. Una enorme horda de trasgos había cruzado la frontera del bosque, y aunque los exploradores los acosaban día y noche, eran demasiado numerosos como para que pudieran detenerlos. Todo el ejercito estaba siendo movilizado para la batalla, que se produciría en un valle entre dos pequeñas montañas, el lugar perfecto para una emboscada. La movilización fue rápida y a la mañana del día siguiente los soldados partían de la ciudad con sus arcos, sus espadas y sus brillantes cotas de malla, como un pez plateado que serpenteara por entre un mar de colores verdes. Ya había anochecido cuando los guerreros llegaron hasta el lugar elegido. Rapidamente se organizo un campamento y los soldados aprovecharon el escaso tiempo para descansar, aunque esto no fuera fácil en medio de la atmósfera de inquietud que flotaba sobre ellos.

El día siguiente amaneció con un cielo despejado y frío, y con las noticias de los exploradores. La horda se encontraba a menos de un día de camino. La actividad fue frenética a lo largo de ese día, y cuando la horda apareció con el sol ocultándose a sus espaldas, los elfos estaban perfectamente escondidos entre la floresta. Los trasgos avanzaban en formación, mostrando una disciplina poco común en los de su raza. Lo primero que vieron fue unos arqueros que salieron de entre el bosque frente a ellos y lanzaron una andanada de letales flechas. Durante un momento cundió el desconcierto entre el ejercito, y los arqueros aun pudieron disparar una vez mas. Sin embargo los trasgos se reorganizaron rapidamente y se lanzaron contra los arqueros a la carrera mientras sostenían sus escudos en alto. Cuando avanzaron una lluvia de flechas cayo sobre ellos desde las colinas de sus flancos, desorganizando totalmente su ataque y haciendo que toda la horda tuviera que dispersarse para atacar los 3 frentes. Los que se dirigían hacia los arqueros que estaban a la vista fueron recibidos con mas y mas flechas, mientras que los arqueros de los flancos retrocedían para dejar paso a los guerreros elfos que se lanzaron colina abajo contra los trasgos que trataban de subir la empinada pendiente. Las flechas caían sin cesar desde las colinas de los lados y desde el frente sobre los trasgos que seguían apareciendo, mientras los hábiles guerreros acababan con todos los trasgos que se atrevían a acercarse. Pronto el suelo quedo cubierto por cientos de cadáveres de trasgos, pero estos seguían viniendo cada vez en mayor numero.

El cansancio comenzó a hacer mella en los guerreros y las flechas no tardaron en escasear, y los elfos fueron perdiendo terreno poco a poco hasta que todo el terreno entre las dos colinas estuvo anegado de trasgos. En ese momento un pequeño grupo de magos del reino adecuadamente colocados en posiciones estratégicas comenzaron a lanzar sus terribles hechizos, calcinando o haciendo volar por los aires montones de enemigos. Ante la masacre los trasgos se batieron en retirada, dispersándose por todos lados. Los muertos hacia tiempo que habían duplicado en numero a los elfos presentes, y sin embargo una nueva oleada de trasgos surgió de entre los árboles, lanzándose al combate como posesos. Las flechas se habían acabado, así que todos los elfos desenvainaron entonces sus afiladas espadas. El combate fue esta vez mucho mas sangriento, y no fueron pocos los elfos que cayeron ante los golpes de los trasgos. El campo de batalla se convirtió en un caos en el que los guerreros de uno y otro bando morían por doquier mientras los hechiceros forzaban sus capacidades hasta el limite lanzando sus últimos hechizos.

En ese momento aparecieron por la retaguardia del ejercito un grupo de jinetes de huargo, y las bestias depedazaron a muchos antes de que fueran abatidas a golpe de espada y lanza.

Edeldin había sido desplegado junto con su unidad en una de las colinas y había luchado contra los trasgos que trataban de subirla. Ahora se encontraba sumido en el caos de la batalla, mientras sus dos espadas anchas llevaban la muerte a todo trasgo que había cerca. La sangre cubría gran parte de su cuerpo, pero el semielfo desconocía si era su sangre o la de sus enemigos, pues la rabia del combate le impedía sentir dolor, aunque sabia que había sido alcanzado varias veces por sus enemigos. Edeldin aparto estos pensamientos de su mente para concentrarse en el combate, esperando que su cota de malla le hubiera protegido. Los tres goblins a los que se enfrentaba se lanzaron a atacarle con sus pequeñas espadas. Edeldin desvió dos golpes con sus armas con dificultad a causa del cansancio y propino una patada en toda la cara al tercer trasgo antes de que se acercar lo suficiente, haciéndolo caer al suelo. Los otros dos miraron a todas direcciones mientras el semielfo retrocedía intentando recuperar el aliento y echaron a correr. Solo en ese momento pudo alzar la vista y contemplar la escena a su alrededor. Los últimos trasgos supervivientes se batían en retirada mientras algunos elfos los perseguían, dejando atrás un campo de muertos. La escena era realmente dantesca: La sangre empapaba todo el terreno, los cuerpos de elfos y trasgos se amontonaban unos sobre otros, y adonde quiera que se mirara se podían ver miembros mutilados y heridas aun sangrantes. Un escalofrío lo recorrió sin que pudiera evitarlo.

De entre las tropas surgió un grito de victoria que se extendió por todo el ejercito. Sin embargo pronto se acallo dejando paso al silencio y los murmullos. Todo el mundo se dirigía hacia un punto del campo de batalla mientras no dejaban de preguntarse que ocurría. De mala gana Edeldin puso en movimiento sus doloridos miembros y se fue abriendo paso entre la multitud. Según se fue acercando el alboroto fue creciendo, hasta que al final pudo ver la causa.

Yerandra era trasladada en una improvisada camilla hecha con unas lanzas y parte de un estandarte. Había acudido a la batalla acompañando a los magos reales, como era su obligación. Había permanecido en un sitio seguro durante toda la batalla, sin embargo una flecha perdida de un jinete de huargo le había atravesado el pecho.

Edeldin no pudo acercarse, pues los guardias reales mantenían a todo el mundo alejado, así que tubo que esperar hasta que anocheciera, momento en que se comunico al pueblo de Dulmiel que la princesa había muerto, la herida era profunda y el veneno se extendió por su cuerpo sin que los sanadores pudieran hacer nada.


Edeldin comenzó a caminar sin saber a donde ir, y sus pasos lo llevaron hasta el lago cristalino donde hacia tan solo unas noches había estado con ella. ¿Cómo era posible que en apenas dos días todo cambiara tanto? Edeldin miro al cielo incapaz de encontrar respuestas en si mismo. Era el mismo cielo despejado y plagado de estrellas que habían contemplado juntos, sin embargo ¿qué sentido tenia ahora? ¿de que servía la luz que se reflejaba en el lago plateado si ella no podría volver a verlo y si el jamás podría verlo reflejado en sus brillantes ojos azules? Quería gritar hasta quedarse sin voz, pero su garganta anegada en lagrimas se negaba a emitir sonido alguno. Preso de la furia agarro una piedra y la lanzo tan lejos como pudo. La piedra cayo al agua, y las ondas se esparcieron por esta, distorsionando la imagen del cielo que reflejaba un instante antes, y Edeldin rompió a llorar.

En ese momento sintió que alguien ponía suavemente la mano sobre su hombro
- Edeldin- dijo la elfa mientras el semielfo retrocedía confuso y aun con lagrimas en sus ojos- ¿Qué te pasa?
Aquello no era posible. Las escasa luz de la luna y las lagrimas que se derramaban de sus ojos no le dejaban ver bien, pero ¿Quién sino ella conocía aquel lugar? ¿Acaso se estaba volviendo loco? ¿O estaba ante un espectro de su amada Yerandra? Sin embargo su toque había sido tan real como dos días atrás. Edeldin retrocedió un paso mas y al hacerlo sintió como el dolor recorría su cuerpo allí donde había sido herido esa misma tarde. Sin embargo al llevar su mano a la herida no encontró las ropas ensangrentadas tal y como habían quedado tras la batalla. El semielfo observaba sus vestimentas con los ojos desorbitados, incapaz de comprender que estaba sucediendo mientras la elfa lo miraba divertida.
- ¡Mira! ¡Una estrella fugaz!- Edeldin se giró a tiempo de ver como se apagaba el fulgor de la estrella- Dicen que es un símbolo de buen augurio... que tontería ¿no?
- Supongo... – dijo Edeldin mientras se abrazaba a Yerandra con lagrimas en sus ojos y una sonrisa en su boca.

No lo comprendía. Quizás no tuviera ningún sentido, pero todo eso no importaba, aun quedaba tiempo.

Texto agregado el 04-05-2005, y leído por 371 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
20-10-2005 Es un cuento precioso. Me ha gustado mucho. Se nota la influencia de Tolkien. Un abrazo Ikalinen
 
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