Querido amigo:
¡Qué bella palabra lleva el encabezamiento de esta carta! Cuando se dirige con la plena acepción que ésta lleva y, además, añadiría, la de hermano en el pensamiento ¿Puedo?
Andaba estos días meditando sobre alguno de los capítulos de esta obra de Cervantes, que este año conmemora el IV centenario de su publicación, releyendo y constatando una vez más los inmensos territorios del paisaje humano que esta insigne obra contiene. Una obra que se proyecta en el tiempo y el espacio cobrando más actualidad si cabe a su paso.
El novelista concibió su obra como una parodia caballeresca; pero la riqueza de su genio, excitado por una vida de experiencias amargas y tendencia idealista, proyectó la caricatura a desprender a Don Quijote de la letra y a lanzarlo a la vida del mito.
“¿Qué dice el vulgo de mí? –le pregunta Don Quijote a Sancho- Y éste le responde, cautamente: En lo que toca a la valentía, la cortesía, hazañas y asuntos de vuestra merced – dice Sancho- hay diferentes opiniones: unos, loco pero gracioso; otros, valiente pero desgraciado; otros… Y por ahí van discurriendo en tantas cosas, que no nos dejan hueso sano”.
El caballero siente curiosidad por conocer lo que el libro dice de su persona y aventuras. Le acongoja pensar que el historiador pudo no haber sido fiel a la verdad. Y el primer punto en que pone sus desazonados pensamientos es en saber si el cronista no habrá incurrido en grosería al relatar su amor a Dulcinea.
Tiene razón el noble caballero, Julio Enrique:
Dulcinea es lo más sagrado y también lo más frágil y precioso de El Quijote, aquello donde la tosquedad y la grosería pueden dejar una mancha dolorosa. “Témiase –dice el texto- no hubiese tratado sus amores con alguna indecencia que redundase en menosprecio y perjuicio de la honestidad de la señora Dulcinea del Toboso…”. El respeto a los sentimientos y a su intimidad se deja traslucir en este pasaje de la obra.
Este es, Julio Enrique, uno de los riesgos de la celebridad: exponer lo más precioso de nuestra intimidad a las sucias y comunes intemperies de la malevolencia y de la estupidez. Don Quijote ama la gloria. Ya la tiene. Pero se inquieta justamente por la resaca que puede dejar esa luminosa marea en la imagen pura de su ideal.
Y mientras estaba en estos pensamientos, llegó Octavio, el cartero, aún sin correspondencia para mí. Me dejó el periódico y me pidió un cigarrillo. Dice que son mejores los míos y mientras tanto…
Un fuerte abrazo y un beso de tu amiga:
Alicia
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