Era de terde ya cuando el joven de la flauta encantada me encontró cautivado por la melodía que salía de ese pequeño grupo de orificios metálicos, bajo la sombra de la plaza de los enamorados.
Estaba yo con el sentimiento en los ojos y escuché su entonación armónica, busqué de dónde provenía aquel hermoso sonido y él fue quien sin buscarme, me encontró.
Miré sus ojos llenos de temor, pero vacíos de unas manos amorosas que los cerraran al de noche dormir, y me quede sentado oyendo el color melancólico de las notas que danzaban a través de mis oídos en forma de ave maría.
Cuando llegaba el rojo atardecer me puse de pie sin cansarme de escucharlo, pero nada le dije, y ni una propina dejé, di media vuelta y me alejé tocado en el fondo del alma, por aquella sonata largo allegre que aún hoy vengo tan lejos escuchando.
Al salir del parque Güell anduve dando vueltas hasta encontrar la calle, que por las escaleras en reparación me había hasta el cerro llevado, pero una multitud llamó fuertemente mi atención, aunque no por ello me acerqué, fue otra cosa la que fuertemente me orilló amirar sin morvo ni curiosidad lo que a esa muchedumbre había congregado.
Me introduje a empujones a causa del apremio que me llamaba a internarme en esa masa móvil y apestosa, hasta que lo ví, tirado en el suelo después de ser atropellado como hace ya tantos años Gaudí, estaba de Jong el flautista derribado.
Me acerqué y se me quedó viendo, me recordó como compañero de aquella tarde que había pasado su música escuchando, extendió la mano y para evitar se lastimara más me agaché a escuchar lo que decía.
Me dió las gracias por haberle oido despedirse sin haberle abandonado, pasajero como todos los que a su lado caminaron, me mostró su mochila y sacó la flauta que aquella tarde estuvo tocando, la extendió hacia mí y al tomarla sin aire ya, se desvaneció.
Nuevamente di media vuelta, y me alejé pensativo caminando, pero esta vez con flauta y dolor en mano, no pude hacer nada más por ayudarlo y es hoy que todavía conservo la flauta que un moribundo flautista me dió, encantada de muerte ajena.
Evito tocarla, porque al intentar hacerlo invariablemente sueño con de Jong, que me muestra la cara de personas conocidas que al despertar infaliblemente mueren de forma extraña, me limito a observarla como a él , en aquella tarde en que hice un pacto con algo más que la muerte.
La flauta encantada me da el poder de tocarla aunque ni las notas sé, pero al sentirla en mis labios se adhiere a mi boca vocalisa y es cuando sé o puedo decidir que alguien muera sin manchar mis manos, ella hace sola su trabajo y sólo evito sentirme triste o enojado para no estar tentado a tocarla, creo que ya han muerto demasiados... por ahora, después de tanto tiempo de aquel encuentro lleno de infortunio... De mí sabrán si la toco de nuevo. |