Nunca pude hacerlo, aún cuando siempre quise.
Ayer, que te sacabas el sombrero por Nibaldo, y estabas tan cómoda y sonriente en ese sofá. Exitosa.
Ayer, yo que entraba en la quinta de recreo y me tomaba una tras otra y otra más. Maldito perdedor.
Por tí, por mí, por Nibaldo, debía hacerlo, pensaba. Debía agarrar el cuchillo y matarte de una sola puñalada. Sería fácil, sólo tendría que tomar el cuchillo afilado y hacerlo de una vez, y para siempre.
Ayer. El teléfono y unos pocos pesos hicieron las veces de certero estoque, el teléfono y unas cuantas pérdidas materiales, para que la cosa se viera coherente – no me importan las cosas materiales-.
El teléfono y el sofá manchados de sangre, tu cara ahí mismo, la sorpresa no se alcanzó a llevar tu cara sonriente y llena de orgullo.
¿Sabría Nibaldo que ese orgullo en tu rostro era por él?.
Hoy, tu, como siempre, en tu ley. El mundo te llora, yo te lloro y Nibaldo también. Exitosa.
Hoy, yo, como siempre, incapaz de llevar a cabo las tareas más simples. Maldito perdedor. |