Construyamos un minicuento clásico, según sus bien diferenciadas tres partes.
Tengamos, entonces, un planteamiento de dioses aburridos que perpetran, a modo de diversión, uno de sus arbitrarios actos sobre una ciudad, griega, por ejemplo, y de nombre Mythopolis. Así, deciden crear un doble de cada uno de los habitantes, y con curiosidad observan el desarrollo de los acontecimientos.
Entramos entonces en el nudo, con la felicidad inicial de los humanos al encontrar en su par a alguien que los entiende y tiene sus mismos gustos. Luego prosigue con la desidia que el tiempo va anidando en los corazones de originales y clonados, agotados de la monotonía de sentimientos tan parejos. Surgen disputas también al ansiar tener las mismas propiedades. Una de ellas, la de la relación hombre-mujer, no tarda en solucionarse pues, habiendo dos de cada uno, bien que mal acuerdan cómo repartirse.
El desenlace, extraña excepción en tragedia griega como pudiera parecer ésta, va a resultar de lo más dichoso y enternecedor. Acaban por ir naciendo los retoños que, para frustración de los maliciosos dioses, los humillan con su absoluta singularidad de carácter.
Mientras baja el telón, en una esquina, se ríe Cloto, la Hilandera de la vida. |