¿Qué ha pasado?
Es la única pregunta que me zumbaba hasta hace unas horas en mi cabeza. Pero ahora si que estoy confundido, con todas las cuestiones que bombardean mi razón, en este estado tan delicado y puro. Recuerdos invaden mi memoria, como destellos de luciérnagas que vienen y van, sin avisar y sin despedirse, simplemente vienen y van. Recuerdo arduas velocidades e inmensos vacíos, pero nada más.
Se que estoy débil, mis párpados son el más puro reflejo de eso, no los puedo abrir…ya hasta olvide los colores. Mi olfato ni hablar, el pobre no lo uso en este estado de flotación en un líquido tibio, al cual ya me he adaptado y que seguramente es lo que más disfruto.
Mis oídos son tal vez, la única herramienta que tengo para escuchar en el frío silencio, mis distantes pensamientos y para escuchar cuando algo lo irrumpe, como las lejanas voces que hablan en un lenguaje extraño para mi. De repente, en un impulso de aquellos, efecto del arrebato y el desespero, pude abrir mis ojos y lo que vi no pudo ser más extraño, un lugar muy raro del cual no fui capaz de asustarme, por alguna razón.
También empecé a sentir como fuerzas turbulentas e invisibles, me empujaban como si quisieran ahogarme contra el muro blando que presionaba mis costillas. Y al fín pude verlo, una única salida, un túnel estrecho hasta el cual nade rasgando las frágiles paredes por mi paso. Sin embargo, todo fue en vano, y justo en el momento cuando ya veía imposible seguir, del fondo del pasadizo una luz apareció, de una forma tan fuerte que sentí que cada rayo de esta penetraban todo mi cuerpo desnudo.
Aún fascinado con esa poderosa energía, unos tentaculos me sujetaron abruptamente y me acercaban cada vez más a la luz. Ahora si, el susto se había convertido en pánico, ya que no sabía si iba a ser devorado por un calamar gigante o si solo se trataba de la mano de Dios socorriéndome.
Después de un rato, ya había dejado atrás el líquido
tibio y el frío me carcomía. Estaba sujetado por los tobillos, mientras toda la sangre se me venía a la cabeza. No me atrevía a mirar que sucedía, no quería saber si iba mirar el rostro del mismo Dios o si iba a mirar los frivolos ojos de mi verdugo molusco, y estando ahí en la indecisión, sentí un ardor en mi espalda que recorría todo mi cuerpo gracias a la nalgada que soporté. No tuve más remedio que soltar mi llanto de bebe. |