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Siempre se sintió un personaje importante, desde su infancia cuando apenas cumplía el mes de edad y llegó a esta casa; ya había decidido ser el héroe de ella.

Mininco era un perro muy dócil, juguetón y de un amor profundo por sus amos, estaba dispuesto a defenderlos hasta con su vida si una vez se encontrara en esa situación.

Su padre, era un fino pastor alemán, de modales perrunos muy distinguidos, vivía en una mansión de un barrio exclusivo de la ciudad, pero, un día encontró el portón de la reja entreabierto, lo que aprovecho para salir a recorrer diverso lugares y barrios del pueblo, entre sus andanzas encontró a una perra de raza indefinida, que era cortejada por varios perros callejeros, estos al ver la prestancia, el tamaño y los colmillos del intruso, optaron por alejarse con la cola entre las piernas, lo que aprovecho para tener un desliz de amor canino, del cuál nacieron seis cachorros, entre ellos Mininco.

El pequeño tenia la gallardía, la nobleza y los colores de su padre, de su madre heredó las orejas gachas y el gran amor que lograba sentir por los amos y especialmente por los niños.

El jefe de familia era un hombre joven que necesitaba y quería un perrito en casa y ese día que un compañero de trabajo le habló de su perra que estaba preñada y que en unos pocos días tendría sus críos, se entusiasmó tanto que le pidió uno para su pequeña hija. Así fue como Mininco llegó a alegrar a esta familia, fue un amor a primera vista, la niña al ver al recién llegado, inmediatamente lo tomo entre sus brazos, lo acarició, lo acurrucó en diversos lados y rincones, buscando el lugar más cómodo para el recién llegado, él agradecía todas esas atenciones dando lengüetazos en el rostro y meneando el rabo a su nueva amiga, los padres, en un rincón reían felices por las escenas de júbilo de la pequeña.
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A medida que el perro fue creciendo y conociendo todos los entornos de este lugar, empezó a extrañarse, descubrió que la casa era asolada de día y de noche por monstruos y bestias enormes, pero, sus moradores parecían no percatarse ni se alarmaban de lo que sucedía.

El único capaz de ahuyentar las bestias y monstruos que merodeaban los lugares aledaños en que se ubicaba este hogar, era él, cuando les sentía que se acercaban sus ladridos y gruñidos hacía que huyeran y no intentaran a atacar a sus amos

Los días cuando se encontraba en el jardín de entrada, les ladraba y escapaban raudos y veloces por las calles, en la noche atacaban con ojos centellantes, la luz que emitían algunas veces era tan potente que lo encandilaba, ahí eran los momentos en que más rabia sentía, gritaba más fuerte y duplicaba los garabatos perrunos en sus ladridos.

-Mis amos no temen porque los protejo, nunca nadie podrá hacerles daño, menos a la niña - pensaba Mininco.

Marcelita era una pequeña de siete años, la única hija del joven matrimonio, sus cabellos eran color avellana que hacían juego con sus grandes y bellos ojos, tenía una pequeña naricita respingada, algunas pecas y preciosos dientecillos blancos, cuando jugaba con él le entregaba mucha ternura y cariño, el que era correspondido de igual manera por el perro.

Habitualmente se entretenían en el patio interior, pero los días asoleados y primaverales mamá solía abrir puertas y ventanas y se dedicaba a ventilar y asear toda la casa, entonces llevaba a su hija al jardín de entrada donde jugaba con Mininco. Este hermoso jardín contaba con césped, alelíes, rosales y magnolios, era bastante espacioso, el lado que daba a la calle tenia una reja verde con una puerta de entrada y un portón que casi nunca se ocupaba y permanecía cerrado.

Cuando mamá los llevaba a ese lugar; saltaban, corrían, se revolcaban en el pasto, la niña se escondía y el perro la buscaba, cuando la encontraba risas y ladridos eran uno solo.

Un fin de semana primaveral se estaban divirtiendo en ese jardín, mientras la madre hacia labores de limpieza en la casa, papá reparaba algunos desperfectos y pintaba un cerco. La niña arrojó un madero para que el cachorro lo trajera a las manos, cuando Mininco se agacho para cogerlo, sintió un ruido que nunca había escuchado, levanto la cabeza y la giró hacia el lado de donde provenía, sintió más fuerte y cerca ese ronco y extraño sonido, empezó a gemir y a ladrar, pero el ruido era cada vez más fuerte, el perro se asomó a la reja y vio un enorme monstruo que estaba doblando la esquina, nunca había visto algo así, sintió miedo ante ese enorme ser que se acercaba cada instante más y más a la casa, amenazaba con arrasar a él y toda la familia, por momentos no sabia que hacer, se sintió confundido ante esa horrible situación, luego se sobrepuso a la sorpresa, apareció todo su coraje y valentía, tenia que demostrar en ese momento que era lo que era, ¡un autentico héroe! y no podía sentir temor ante nada, ladró con más fuerza que nunca, en sus ladridos amenazaba, desafiaba y retaba a la bestia, la que no hacia caso y seguía avanzando por la calle. Noto que detrás de su cabeza y enorme cuerpo aparecía otro monstruo tan inmenso como el primero, abrió los ojos desmesuradamente, redoblo sus ladridos y corría de un lado a otro por todo el frente del jardín apegado a la reja.
-¿Que le pasa a Mininco?- grito mamá.
-¡Cómo siempre m’ija! le ladra a los vehículos, -respondió el padre- ahora le ladra a un camión con acoplado, que transporta contenedores con harina......¡de las pesqueras al puerto!.....





Texto agregado el 03-05-2005, y leído por 168 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
04-05-2005 Extraña historia, interesante punto de vista perruno! lilium
 
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