Un día de competición es un día de competición, el aire festivo, jolgorio, ruido, personas de un lado para otro, una banda de música, globeros, puestos de perritos calientes y pescado frito... Claro que eso es para el público, los protagonistas se encuentran concentrados, memorizando todos los movimientos, recordando todos los consejos de su entrenador, retrotrayéndose hasta quedar ellos solos con el mundo, ni los jueces dando idas y venidas les descentran. Poco a poco van colocando a cada uno de ellos sus dorsales, el cronómetro sube y baja a modo de prueba, se colocan en sus puestos, se miran de reojo mientras sudan debido a la tensión, el juez principal eleva el revolver de fogueo... La señal ha sido fuerte y seca, todos agarran un pequeño palo y se lo introducen en la boca hasta más allá de la campanilla, comienzan las arcadas y las toses de babas y bilis, algunos comienzan a vomitar pero el dorsal número 4 es impresionante, el caño que sale de su boca es comparable a los que salen por ambos agujeros de la nariz, en tan solo treinta segundos ha llenado el cubo de cinco litros hasta el mismísimo borde.
El público aplaude a Michael Everton, él eleva los brazos en señal de victoria y recibe el preciado trofeo al estadounidense más idiota superando al que días antes se había comido ciento cincuenta hamburguesas en quince minutos.
Mientras a 3500 kilómetros, en Aurora(Illinois), un joven llamado David Label se entrena partiendo nueces con el culo, el puede ser el próximo idiota que cierre todos los informativos del mundo.
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