La gente transita sin parar, va de un lado a otro sin preocuparse por los demás, por aquellos que también viven y sienten, que son tan parecidos y diferentes dentro de lo humanamente posible.
Las personas hemos olvidado el tolerar a los que habitan el mismo planeta, porque hasta las miradas se vuelven esquivas, como si al tener contacto con los otros por medio de la vista pudieran darse cuenta de aquello que se oculta dentro de si mismo, que se guarda celosamente como un recuerdo sagrado.
La vida va tan rápido que se escapa en segundos para muchos, casi para todos, vasta mirar el caminar desesperado de las personas, como si se fuera retrasado a algún lugar que reclame la presencia; el caminar se vuelve automatizado, por instinto, pero quizá ni siquiera se conozca el destino, el lugar a dónde nos dirigimos con tanta prisa.
Pues bien, en un día más en el que la gente iba y venía, en el que nadie se atrevía a observar a los otros, ni a brindar una sonrisa espontánea; en un día en que el calor sofocaba, aplastaba e incluso asfixiaba.
Apareció en la vida como por casualidad Ángela, una chica llena de magia, poseedora de un nombre que para muchos nada tenía que ver con su personalidad, ella realmente era única, con una imagen rebelde y desenfadada, su rostro era digno de admirarse, sus ojos grandes con un negro profundo parecían la noche misma, sus labios aunque pequeños y delgados reflejaban dulzura, lo que le daba un toque mayor de misterio era su cabello largo de un negro intenso que caía a su cuerpo como lo hacen las cascadas, de una forma lenta pero con fuerza, maravillando al mundo; su vestimenta negra contrastaba con su luz, sus zapatos eran como zancos adheridos a su piel, así era ella.
¿De dónde venía Ángela? De su hogar, sí a eso se le podría llamar hogar porque tal vez se podía confundir con el infierno mismo, sus padres se amaban y eran exitosos, tanto que se habían olvidado de su única hija que hasta ese momento ya tenía 17 años de soledad; ellos la habían olvidado poco a poco, primero comenzaron a abreviarle el nombre hasta que fue desapareciendo y confundiéndose con los muebles de la casa; ella nunca les había solicitado cariño, porque sabía que el afecto se da sin que se solicite, porque brota al interior de cada uno.
Contrastando con Ángela, ahí estaba Carlos tan guapo y simpático, con su sonrisa que dejaba ver su hermosa dentadura blanca y perfecta, él tenía 19 años, bien vividos como siempre comentaba, era de estatura perfecta, cuerpo atlético, moreno, de cabello castaño oscuro y ojos miel.
¿De dónde venía Carlos? De la universidad, cursaba el segundo semestre de Ingeniería Industrial, era brillante en la escuela, siempre había sido así, era ordenado y deseado por las chicas, el trabajaba medio tiempo para mantenerse los estudios, quién sabe por qué todo le resultaba fácil, era el bueno para todo.
¿A dónde iba Ángela? A vivir, ella había dejado la preparatoria, sin embargo fingía que acudía a ella, no tenía amigos, así que prefería caminar, respirar, observar a los otros, ver como transitaba el tiempo.
¿A dónde iba Carlos? Él se dirigía a casa, hoy no trabajaría, era su día libre que buena falta le hacía aunque nunca lo reflejará, pensaba en darse un baño y recostarse, eso llevaba en mente.
De pronto la vida movió los hilos del destino y estos chicos coincidieron en un espacio, cada uno iba con sus ideas y pensando en su vida, iban tan ensimismados que no se dieron cuenta de la cercanía del otro, así que ocurrió lo que tenía que pasar y toparon como lo hacen las olas con el viento; pero algo sucedió cuando los ojos miel de Carlos y los ojos negros de Ángela se vieron, ellos se percataron que por sus cuerpos viajaba una chispa electrizante, algo que hasta ese momento nunca habían sentido e imaginado, era como sentirse parte de un atardecer o de una noche llena de estrellas.
Por sus ojos pasó la energía del amor que permitió que ambos se conocieran en un instante y que se imaginaran juntos aún siendo tan diferentes. Esa mirada duró poco, pero para ellos había sido como un intercambio de vidas, las palabras aún no aparecían y dentro de ellos ya había surgido algo especial.
Inesperadamente ella se alejó, huía de si misma, de sus sentimientos, del amor; él no pudo reaccionar, se quedó pasmado, contrariado, temeroso de su huída, pero algo lo impulso a seguirla, así que fue tras de ella, siguiendo y buscando el destino que ya había soñado.
ISABEL MERINO
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