Abrió sus ojos cuando aun estaba oscuro. Y pudo ver la figura de Carla recortada contra la poca luz que entraba por la ventana. En la penumbra podía ver el cigarro que ella tenía en su mano moviéndose como una luciérnaga caprichosa, remarcando su silueta, dibujándola en la noche.
Y mientras contemplaba esta danza, Ernesto empezó a recordar como sus manos también la habían dibujado esa noche.
El día había sido especialmente gris. La lluvia amenazó durante la mañana y parte de la tarde y solo se hizo sentir hasta el anochecer.
A Ernesto le molestaba la lluvia. Le provocaba nostalgia. Y cuando salió temprano, imaginó que las nubes de la mañana desaparecerían pronto.
Después de todo, no era el único que se había equivocado.
Salió de la oficina apurando el paso. Odiaba esperar la llegada del metro bajo la lluvia, pero tendría que hacerlo. Y allí la vio. Como cada noche, siempre había estado allí.
Sin embargo, solo ese día realmente fue capaz de verla. Tal vez la lluvia que caia con fuerza y le hacía parecer indefensa hizo que pusiera sus ojos en ella. O el hecho de estar bajo un pequeño paraguas de colores la hacía resaltar sobre el resto de la gente. No importaba que, pero la había descubierto.
En esos pensamientos estaba, cuando de pronto, una fuerte ráfaga de viento le arrebata a Carla el paraguas de las manos, y este, destruido, va a parar a los pies de Ernesto.
¡Hace bastante viento! – solo atina a decir Ernesto, mientras le entrega el paraguas roto, sintiéndose extrañamente intimidado por esta mujer que desde siempre había formado parte del paisaje de regreso a casa.
Así es. Creo tendré que mojarme como todos – replicó Carla con una sonrisa, siendo esta la primera vez que se dirigían la palabra.
Ernesto no sabía que había pasado aquel día. Siempre se habían visto, pero a lo más se habían dedicado una mirada. Pero aquella tarde, deseó conocerla. Algo le decía que tenían algo más en común que el viaje diario de regreso a casa, y quería averiguarlo. Pero se sentía estúpido. No sabía como empezar una conversación.
Por eso, se sorprendió cuando es Carla quien le habla:
- Todas las tardes te veo aquí, y sin embargo recién hoy hablamos por primera vez
- Así es. Todos los días nos hemos encontrado aquí y recién esta noche te descubro – respondió Ernesto.
-¿Te gustaría conocerme un poco más? – le dice Carla mientras el metro entraba a la estación.
Ernesto no supo si escuchó mal o es que definitivamente esa mujer adivinaba sus pensamientos.
Y Carla tampoco estaba segura de por qué había dicho eso.
Entraron al vagón, que venía lleno. E inevitablemente quedaron juntos, ella frente a él. Compartiendo la respiración y sintiendo sus formas y el calor de su piel.
Te conozco desde antes. No me preguntes de donde, pero yo sé que es así – empezó a decirle Carla mirándolo a los ojos.
Y con esa mirada, Ernesto se sintió hechizado. Se transportó a días anteriores, de frío y lluvia. Se vio llegando a casa, un lugar que sin ser el que habitaba, era el lugar en que vivía. Así lo sintió y así lo vio. Se sentía agotado por un largo viaje y una gran ausencia. Pero su corazón le decía que este era un reencuentro. Un reencuentro con el ser amado.
La lluvia caía con fuerza, sabía que esa canción le acompañaba seguido. Era parte de su vida. En la chimenea un tronco ardía
Y la besó. Ya no era él. Estaba en otro tiempo.
Y esa mujer, era su mujer.
Y la amó.
Su boca no se conformó con la boca de ella. Quería sentir el sabor de cada espacio de su piel. Tomo posesión de cada rincón del cuerpo de ella, y cual colonizador, clavó banderas de deseo en cada nueva tierra conquistada.
Fue artista. Y con sus manos la dibujó una y mil veces. Y en cada trazo la pintaba más mujer. Realzando sus formas y su femineidad.
Y fue explorador. Recorriendo valles y montañas. Buscando tierras fértiles para hacer germinar aun más deseo y pasión.
Encontró bosques donde se extravió, y en los cuales saboreó la miel que sus arboles le entregaron.
Ella se ofrecía sin reservas.
Se hizo lluvia y se dejó caer sobre el cuerpo de él. Primero como una leve llovizna, hasta cubrirlo por completo y sentirse parte de él.
Y luego como un gran aguacero, para llegar hasta sus huesos y estremecerlo por completo.
Y esta lluvia no paraba de caer.
Se amaron, como si fuera la primera vez, pero con la experiencia de otras noches compartidas.
Bebió del río en que se convirtió luego de ser lluvia. Navegó en el río convertido en mar. Y luchó con la tormenta que se desató en ese océano, con olas que por momentos le quería hacer zozobrar.
El calor de los leños que ardían en la chimenea no era nada con el calor que transmitían las llamas en que se convirtió él. Volvió a evaporarla para volver a sentirla como lluvia, y gozar eternamente de este ciclo infinito.
Y se hicieron uno, muchas veces más.
Por eso cuando despertó y pudo ver la figura de ella recién comprendió.
Tuve una visión – le confesó a Carla
Y a mí la lluvia me recordó quien eres – confidenció ella
Mientras tanto, afuera, en la calle, la lluvia dejaba de caer.
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