¿Para que insistir en proclamar el dogma del pecado original?
La razón moderna no puede creer en lo que se dice vulgarmente en los púlpitos y catecismos sobre el tema de la caída del primer hombre.
Que los primeros hombres hayan sido puros célibes, aunque resulte incompatible con la teoría científica de la evolución; que la desobediencia de Adán, su “pecado”, haya hecho perderse el género humano, es
ya mucho mas inverosímil; pero que nos hayamos limpiados y redimido de las terribles consecuencias del pecado de Adán, cometiendo el delito muchísimo más grave de “clavar a Jesús en una cruz” es cosa
que no debe predicarse, porque aparta a las gentes pensadoras de las verdades fundamentales que encierra al cristianismo.
Pero no hay tal caída. La historia de la humanidad ofrece el espectáculo de un ascenso continuo e inequívoco que no es compatible con la aparición de momentáneos períodos de retroceso.
La atenea de Pericles es muy superior a la Alemania del siglo X; pero en conjunto ¡como dudar del ascenso del progreso del hombre no solo en lo intelectual sino en lo moral!
No hay tal caída humana, al menos en el sentido vulgar que suele dársele y sin embargo, también esa idea (caída) encierra una verdad simbólica, si se quiere expresar con ella la posibilidad de un mundo muy superior al que vivimos.
Si la idea de la inmanencia de Dios, es exacta, si por debajo de nosotros hay un vasto océano de pensamientos y de bondad; si nosotros y nuestro universo no somos mas que uno de los colores que forma esa luz blanca e infinita al descomponerse el prisma que llamamos materia, hay
en nosotros cierta caída, puesto que procedemos de lo infinito y a lo infinito volveremos al cabo de las vueltas y por virtud de nuestros esfuerzos.
Pero esta caída, esta imperfección nuestra, no puede ser el resultado de la falta de Adán, si no que se debe a la voluntad de Dios al expresarse en esta ilusión, que es nuestra vida terrena.
La mayor caída consiste en la dificultad con que los hombres llegan a convencerse de que nuestro verdadero ser es uno eternamente con el ser de Dios.
Siempre hay que vivir en paz, aun cuando algunas veces sienta rubores al verse precisado a excitar la inteligencia de tantos pobres hombres que, suponiéndose científicos, niegan a Dios y afirman la existencia de la materia;
que afirman la realidad del efecto y niegan la necesidad de hallar la causa;
que conciben la materia (que es una porción del todo) exista por sí sola, y no conciben que lo visible e invisible, hasta la palabra y el pensamiento perduran;
que no conciben lo que es mas sencillo de concebir: el todo infinito y eterno existe por si solo;
en fin, que los parcialistas o materialistas se incapacitan para las elevadas comprensiones, por vivir sumidos en la negación más insostenible, reservándose el concordante derecho de tener muy mal genio para calificar de tontos y soñadores a los que siendo creyentes conscientemente, exponen con sinceridad sus convicciones repletas de pruebas y razones de toda evidencia.
Sin embargo, reconozco que muchas eminencias intelectuales han descollado en lo de alcanzar el concepto de lo divino, siendo la razón esencial de su resistencia la errónea definición con que se ha pretendido exponer la realidad de la potencia creadora. Como algo individual, siendo por lo contrario tan general, que es el infinito mismo, la afirmación del todo uno.
Advierto a los que juzgan sin detenerse a pensar, que no debe confundirse el concepto de Dios con el panteísmo, por qué para mí la naturaleza es solo un aspecto de la potencialidad divina, es una expresión transeúnte de la suma inmanencia y omnipresencia.
Juan Jara Jure
Valparaíso, 2 de mayo de 2005.
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