Tratara de hacerlos recapacitar, intentará plasmar sus ideas, hará todo lo inhumanamente posible por convencerlos, pero todo será en vano, porque todo lo que intente decir, ya está dicho, él mismo lo dijo aquel nefasto día en que lo trajeron, lo encerraron y el gritó con todos sus pulmones que lo que hacían era un error, gritó con todas sus fuerzas que él no lo había hecho, que su esposa había muerto de causas naturales, que todo era un conspiración en su contra, que la sangre en su ropa, en sus manos, en su boca y en el cochillo que sostenía con firmeza, estaba ahí por coincidencia, y que aquel hombre que lo vio apuñalar a su mujer, estaba loco, que había visto un espectro, que él era un espectro. Que la rosa en sus labios era de verdad, no producto de la imaginación, que su esposa estaba en casa, bordando un motivo tétrico en su pañuelo, es su camisa, en su pijama, en su almuerzo, que no estaba desnudo, que vestía las galas del emperador… alegará otra vez, buscando compasión, pero no la encontrara, los encerrados no lo entenderán, los encerradores no lo entenderán, ni el mismo lo hará mañana, cuando vuelva el día recordado y su locura empiece otra vez, como lo hará hoy, como lo hizo ayer, y como lo hizo cuando lo trajeron, vestido de doctor, con la misión de sanar.